Tras cruzar nuestra última frontera, y 24 horas de viaje (con parada de 4 horas en Bangkok para hacernos con unos cuantos baths y redescubrir los 7-eleven), llegamos a Chiang Rai en un sleeper bus, con regalo de desayuno y botellita de agua. Al llegar buscamos guest house, y damos con una albergue regentado por una muy, muy sonriente y divertida mujer; que ofrecía (a muy buen precio) habitación privada y, a todas horas, café, té, fruta y pastas.
Tras desayunar, cogemos un bus local que nos lleva al Wat Rong Khun o Templo Blanco. Este templo, a pesar de su corta vida, a conseguido ser símbolo de Chiang Rai debido a la singularidad de su arquitectura, esculturas y pinturas de las paredes. Vamos, que viene siendo una frikada que mezcla imágenes budistas con personajes de ciencia ficción, Elvis Presley, Jack Sparrow, las Torres Gemelas en el 11-S... y demás referencias al mundo actual que el artista va añadiendo cada cierto tiempo. La vista exterior, inmaculadamente blanca, se completa con variopintas estatuas, también mezcla de budismo y acrualidad. Además, al lado del templo, hay un museo dedicado a la vida y obra del famoso artista tailandés.
De vuelta a Chiang Rai visitamos la ciudad, sus templos más importantes como el Wat Phra Kaew, un museo budista, como no el mercado, donde nos compramos unos ricos bollos rellenos, y demás vistas de la ciudad. Por la noche paseamos por el night market (la estación de aurobises, que se transforma por la noche) y cenamos en mitad de la plaza, mientras bailaban danzas tradicionales en el escenario, o cantaban los Andy y Lucas tailandeses.
Al día siguiente nuestra chica decide tomarse el día libre por la ciudad, y nosotros cogemos una moto para hacer un loop que nos llevaría todo el día. Nuestra primera parada es el Baandam museum (o Casa Negra, en contraposición al templo). No sabemos qué tendría en mente el autor. Dicen que es una reflexión sobre la historia de su país, pero nosotros no vimos más allá que unas cuantas casas de madera llenas de aninales muertos (huesos, pieles, cuernos...). Siniestro como poco.
Después seguimos por la carretera dirección Mae Sae y nos desviamos a ver una plantación de té que vemos indicada. Al llegar nos colamos en una recepción de turistas japoneses, nos dan a degustar distintos tés, y disfrutamos de las vistas de las terrazas de la plantación.
Continuamos nuestra ruta hasta Mae Sae, ciudad fronteriza con Myanmar, en la que visitamos un templo en lo alto de una colina, que permite divisar perfectamente la frontera. Desde ahí continuamos, por una carretera secundaria, solitaria y con más encanto, hasta el Triángulo de Oro. Aquí el Ruak se une al Mekong, haciendo de frontera natural entre Tailandia, Myanmar y Laos. Pese a ser turístico, es un punto muy conocido por los mochileros. Allí además tomamos un plato, especialidad de la casa, que estaba para chuparse los dedos.
Desde aquí seguimos nuestro camino hasta Chiang Saen, donde paseamos entre sus ruinas camufladas con los edificios y templos actuales. Nos tomamos un frappé para celebrar nuestros 60 días de viaje, y ponemos rumbo a Chiang Rai. Por el camino paramos en un view point, en la que se podían contemplar las ciudades de Mae Chan y Chaing Rai entre las montañas del norte, y ya sí que sí, vamos a reencontrarnos con Elvira.
Ya por la noche fuimos al Walking Market, típico de los sábados por la tarde, y que se llena de locales. En una de las plazas montan una verbena, en laque todo el mundo baila en corro, de forma animada y, para nosotros, muy graciosa. Allí cenamos y nos echamos unos cuantos bailoteos entre los locales, que nos iban enseñando pasos. Nos lo pasamos muy bien.
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