Y tras ese día extra dado a Hoi An, nos montamos en el autobús nocturno a media tarde, rumbo a la ciudad costera con más turismo tanto local como western. Llegamos de madrugada, y tras reservar rápidamente los billetes a Dalat para evitar retrasos y sustos, buscamos un hotel donde soltar las maletas, desayunar los plátanos que nos había dado la familia del hostel-homestay de Hoi An, y alquilar un par de motos para alejarnos del bullicio hacia Bai Dai, una playa que, según habíamos leído, comserva aún la magia de una playa virgen.
La primera parada la hacemos en las torres de Pho Nagar, otros restos de arquitectura Cham esta vez mejor conservados que los de My Son, pero mucho más pequeños y sin un entorno tan idílico. Allí, además de las cuatro torres, disfrutamos de un poco de baile tradicional dentro del recinto, con jarras de cerámica encima de la cabeza.
Tras esta parada más cultural, sí que sí, ¡rumbo a la playa! Para llegar callejeamos un poco por la locura de tráfico de la ciudad, para luego salir a la carretera en la que dividen los carriles para vehículos de cuatro ruedas, y motos y derivados. Por el camino atravesamos un pequeño puerto de montaña, muchísimos resorts (lo único que señalizan aquí los carteles), y cuando llegamos a la playa en cuestión, todo en obras. A la virginidad de Bai Dai le quedan dos días.
Aparcamos las motos entre dos resorts en plena construcción, hablamos con uno de los obreros que nos lo permite, y nos quedamos en lo que será una futura playa privada. A pesar de los escombros de las obras, y una importante cantidad de basura, el agua resulta ser absolutamente cristalina, arena fina y unas vistas al infinito con alguna que otra isla montañosa, y un sinfín de barcos de pescadores.
Tras disfrutar del agua fresca (¡al fin una playa de agua "fría"!), nos acercamos a la zona de chiringuitos para comer algo. Prohibitivo. En todos los puestos ofrecían una amplia carta de mariscos y pescado fresco (te llevaban a las piscinas donde los tenían para que te cercioraras de ello), a unos precios desorbitados. Así que decidimos ir a un restaurante más modesto a tomar unos noodles y arroz, acompañados de un peculiar camarero que por todo se reía.
Después un poquito más de playa y descanso, hasta que decidimos recogernos al hotel, para cenar tranquilamente en Nha Trang y pasear por el paseo marítimo. Allí, a eso de las 21:00, la calle se convierte en un gimnasio para vietnamitas, y alucinamos con la flexibilidad y aguante de algunas mujeres que ya sobrepasaban los 40.
Y luego, a dormir para nuestra próxima ciudad: la fresca Dalat.
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