lunes, 3 de agosto de 2015

Atrapados en Hoi An

Llegamos a Hoi An y nos ponemos en busca y captura de la mejor Guest House relación calidad-precio, lo cual no es moco de pavo, mientras cae el atardecer. Finalmente damos con una acogedora familia que alquila habitaciones en la parte de arriba de su tienda. Dejamos los macutos y salimos a dar una vuelta de reconocimiento por la "poco turística" Hoi An. 



Por la noche,  cientos de farolillos iluminan las calles llenas de sastrerías, restaurantes de lujo y muchísimo occidental. A pesar de ello la ciudad tiene un encanto especial, favorecido por la música clásica que suena en todas sus tiendas. Camimamos por las calles hasta que llegamos a un puesto callejero donde cenamos un poco de com lau unos, y un poco de chao otros (ya empezamos a entender algo los carteles de comida de por acá).


A la mañana siguiente alquilamos unas motos, y hacemos la primera parada en la oficina del Open Bus, y ¡sorpresa! A pesar de haber ido con 36 h de antelación (cuando te piden sólo 24 h) todos los autobuses de la ciudad estaban llenos (o eso trataban de hacernos creer, entre gritos y malos gestos). Conclusión: nos quedamos una noche más en Hoi An. 




Justo después de este incidente nos vamos a desayunar y, aun sin saberlo, terminamos en un puesto de bocadillos regentado por la Madame Khan, famosísimo entre los mochileros, y a buen precio para lo que es Hoi An. Tras esto, cogemos las motos y nos vamos a las ruinas de My Son a unos 35 km de la ciudad. Las ruinas datan de entre los siglos IV y XIV, y son un claro ejemplo de la arquitectura Cham en este país. Tristemente están en bastante mal estado debido a los estragos de la guerra contra Estados Unidos, estando señalizados los cráteres de los bombardeos. La visita es muy agradable, y el contraste del rojo de los templos y el verde de las colinas le da un toque especial a este enclave.




De vuelta a Hoi An, y dado que teníamos más tiempo del pensado, decidimos irnos a la playa a pesar de que el día no acompañase. Pasamos ahí toda la tarde, y por la noche cenamos en otro puesto callejero cercano al hostal. Después de cenar nos acercamos a pasear por el puerto, igualmente iluminado por farolillos chinos, y con mucho ambiente, y terminamos sentados en un bar, invitados por los relaciones públicas. A pesar del ambiente de cuento de la ciudad, por la noche la pequeña isla que tiene al lado se llena de bares de música electrónica, sin cambiar apenas su aspecto.




A la mañana siguiente, y tras un buen arroz de desayuno, nos disponemos a patearnos la ciudad. Hoi An, aun por el día, sigue desprendiendo mucho encanto y la música clásica envuelve sus calles. Sin embargo, piden ticket para visitar cualquier casa o templo (que simplemente con asomarse se ve todo lo que hay que ver), o incluso por cruzar el puente japonés cubierto (eso sí, solo piden ticket por un lado). Finalmente terminamos el tour en el mercado, donde nos hacemos con unas piñas y algunos plátanos de regalo. Nosotros disfrutamos muchísimo de su sabor, y la mujer que nos las vendió se echó unas buenas carcajadas con nosotros mientras regateábamos.




Volvemos al hostal, alquilamos unas bicis, compramos unos bocatas a la Madame, y a pedalear a otra playa de la ciudad. Al atardecer nos recogemos, desviándonos para dar una vuelta por una isla vecina. Ésta, a pesar de ser parte de la ciudad, está totalmente alejada del turismo y se respira un ambiente 100% vietnamita y hogareño. Cenamos tranquilamente (Elvira logra hacerse con su rosquilla XXL y un contundente smoothie), y al sobre.




A la mañana siguiente nos dividimos. Elvira y Lucas deciden alquilar unas motos para recorrerse el paso de los mandarines o Hai Van, un poco pasados por agua; mientras Nacho y Sergio deciden quedarse disfrutando del encanto de la ciudad, viendo pequeños templos, galerías de arte, tiendas con encanto y, como no, haciendo una visita a la amiga de las piñas. Esta vez nos hacemos también con unos cuantos maracuyás que, al no quedarnos suficiente suelto, la mujer de las piñas paga la diferencia a su vecina tendera. ¡Qué encantadora señora!

A medio día nos encontramos, comemos, vamos a la caza de las galletas para el autobús y, al hacer el check out, la simpática anfitriona nos sorprende con una docena de plátanos. Se lo agradecemos muchísimo, y acto seguido vamos a ver a los simpáticos del Open Bus. 


Último sleeper bus de Vietnam, rumbo a las playas de Nha Trang.

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