Madrugamos mucho para coger el único local bus que sale hacia Pai, que de local tiene más bien poco ya que va cargado de mochileros. Tras cuatro horas de camino; en las que había momentos que parecía que íbamos a tener que empujar al autobús cuesta arriba; llegamos a este pequeño pueblo que se ha hecho famoso por su ambiente hippie y desenfadado, la facilidad de conocer gente de otros lugares, y por el encanto de su entorno montañoso, que nos hizo recordar los días pasados en Vang Vieng (aquí también se puede hacer tubbing).
Tras una larga caminata para encontrar la guest house, dado que el puente de bambú había sido derribado por el monzón (ese que nos ha estado evitando durante casi todo el viaje), nos fuimos a comer un delicioso Pad Thai a un restaurante muy hippie. Después de reponer fuerzas, la scout decidió irse al Memorial Bridge caminando, mientras que los locos de la moto prefirieron alquilar una e irse a visitar los alrededores: las cascadas de Mo Paeng, el pueblo chino (creación exclusiva para los turistas, pero que en lo alto guarda unas vistas preciosas de la región), el Pai Canyon (con mucho encanto, pero se vienen arriba al compararlo con el de Colorado), y por último el Memorial Bridge, donde nos reencontramos con Elvira.
Tras ver el atardecer (o lo que las nubes dejaron ver de él), decidimos hacer dos viajes en moto para volver. Nada más arrancar, toca parar para ponerse el chubasquero, y joder la que cayó. Esta vez sí, la lluvia monzónica impedía mantener los dos ojos abiertos; menos mal que Nacho (que hacía las veces de mototaxista) lleva gafas, y paraba algunas gotas; pero no le hubieran venido mal unos limpiaparabrisas. Tras dejar a Elvira, y mientras volvía a por Sergio, Nacho oyó un grito en mitad de la carretera, y paró. Se trataba de Sergio, a quien una tierna tailandesa se había ofrecido a llevar, viendo la que caía. Así que se cambia de moto, y vuelven los dos al hostal.
Allí nos dimos una buena ducha (de las pocas calientes de todo el viaje) ¡y qué bien nos sentó! Después salimos a dar una vuelta por el Night Market, donde todos los hippies aprovechan para vender sus creaciones. Disfrutamos un poco del ambiente, y nos volvemos a descansar.
Al siguiente día, tras coger fuerzas con un desayuno en la guest house, nos ponemos las botas y salimos a realizar uno de los trekkings más auténticos de este viaje: las Mae Yen Waterfalls. Un recorrido de 7 km ida y 7 vuelta a través de la jungla, pobremente señalizado (lo cual lo hace más auténtico) y en durante el cual hay que cruzar el río nada más y nada menos que ¡38 veces! El caso es que tres horas después de empezar, y tras disfrutar del paisaje y el camino entre árboles, estábamos ante las Mae Yen, una cascada en dos niveles que termina en una pequeña charca en la que te puedes dar un chapuzón (que apetece bastante después de la paliza). Después de tomar las provisiones 7-eleven style, comenzamos el camino de vuelta a Pai, el cual se hace más llevadero. Una excursión que merece mucho la pena, y que es curioso ver lo poco transitada que está en relación con la cantidad de turistas que recibe Pai. Nosotros pudimos hacer todo el camino de ida y disfrutar del baño en solitario, y sólo nos cruzamos con tres o cuatro parejas en el camino de vuelta.
Ya en Pai reponemos fuerzas con unos refrescantes fruitshakes, y por la noche volvemos a disfrutar del ambiente del Night Market, donde nos tomamos unas deliciosas crepes de plátano y chocolate, hechas con mucho amor y delicadeza por una adorable pareja, que monta el puesto cada noche.
Tras esto nos recogemos para al día siguiente hacer uno de esos días de viaje 24 horas, con un bus a chiang Mai y de ahí otro a Sukhothai. Pai, a pesar de lo turístico que es, nos ha gustado y le hemos encontrado mucho encanto, y creemos que tiene muchas cosas que descubrir y explorar en sus alrededores narurales, más allá de la fama hippie y de fiesta que le precede.
72 días, 4 países, 4 pasos fronterizos, incontables kilómetros e inabarcables aventuras.
lunes, 31 de agosto de 2015
Al rico Pad Thai
La primera tarde en Chang Mai nos la tomamos con calma. El autostop, a pesar de ser fácil, llevó sus 5 horas y el sol y el calor nos habían aplatanado bastante; asímismo necesitábamos reorganizar un poco el planning y decidir qué hacer por Chiang Mai.
Así, al día siguiente cogimos unas motos y nos subimos el monte Doi Suthep, a unos 14 km del centro, para ver el templo más sagrado de la ciudad: el Wat Phra That Doi Suthep. Una vez dentro, rodeamos tres veces la stupa dorada mientras recitábamos una oración budista; vimos la estatua del elefante blanco y el durian sagrado; y disfrutamos de las vistas de la ciudad desde lo alto.
Después del templo continuamos hasta el Winter Palace, una residencia de la realeza en la que se pueden visitar los jardines, rosaledas y el estanque, ya que todos los edificios están cerrados al público (¡menudo timo!). Y tras esto, bajadita con el motor apagado (que no está el bolsillo como para derrochar gasolina).
Por la tarde recorrimos los templos más importantes de los más de 300 que hay en Chiang Mai. Lo cierto es que son muy bonitos, y cada uno tiene su historia y sus peculiaridades; pero llega un momento en que cuesta diferenciarlos.
Ya por la noche, después de cenar, salimos a recorrer las calles y dimos con un pequeño mercado nocturno. Sospechamos que estaba bastante vacío debido a que no era fin de semana. Paseamos también en torno a las murallas y antigua puerta de la ciudad, las cuales también nos pareció que estaban bastante escasas de vida nocturna.
A la mañana siguiente madrugamos para ir a la estación de autobuses (algo alejada del centro) para irnos un poco más al norte, hasta Pai.
Así, al día siguiente cogimos unas motos y nos subimos el monte Doi Suthep, a unos 14 km del centro, para ver el templo más sagrado de la ciudad: el Wat Phra That Doi Suthep. Una vez dentro, rodeamos tres veces la stupa dorada mientras recitábamos una oración budista; vimos la estatua del elefante blanco y el durian sagrado; y disfrutamos de las vistas de la ciudad desde lo alto.
Después del templo continuamos hasta el Winter Palace, una residencia de la realeza en la que se pueden visitar los jardines, rosaledas y el estanque, ya que todos los edificios están cerrados al público (¡menudo timo!). Y tras esto, bajadita con el motor apagado (que no está el bolsillo como para derrochar gasolina).
Por la tarde recorrimos los templos más importantes de los más de 300 que hay en Chiang Mai. Lo cierto es que son muy bonitos, y cada uno tiene su historia y sus peculiaridades; pero llega un momento en que cuesta diferenciarlos.
Ya por la noche, después de cenar, salimos a recorrer las calles y dimos con un pequeño mercado nocturno. Sospechamos que estaba bastante vacío debido a que no era fin de semana. Paseamos también en torno a las murallas y antigua puerta de la ciudad, las cuales también nos pareció que estaban bastante escasas de vida nocturna.
A la mañana siguiente madrugamos para ir a la estación de autobuses (algo alejada del centro) para irnos un poco más al norte, hasta Pai.
sábado, 29 de agosto de 2015
¡A caminar y a hacer dedo se ha dicho!
Nos despedimos de nuestra casera de Chiang Rai, alias "la Hierbas", entre risas (como no), y cogemos un autobús a Mae Chan. Allí hacemos trasbordo a un tuk-tuk que nos lleva a través de las montañas hasta que llegamos a Mae Salong.
Allí encontramos el alojamiento más barato de todo el viaje (¡sólo 50 baths, con lavandería gratis!), y después de comer, nos ponemos a caminar. La ruta nos llevó por un camino asfaltado, que atraviesa varias aldeas de diferentes etnias de la región. De camino a una de estas aldeas, un coche nos paró y nos ofreció llevarnos camino abajo hasta ella; pero la subida nos la comimos con patatas. Tras cuatro horas de abruptas subidas y bajadas, completamos nuestra ruta. Ya en el hostal aprovechamos la free laundry, y nos vamos a dormir pronto ya que mañana nos esperan 240 km de ¡autostop!
A la mañana siguiente desayunamos en el 7-eleven, ¡y a parar coches! La primera pickup nos baja la colina hasta la estación de tuk-tuks, a pesar de que él paraba antes. Y allí mismo, delante de un control de policía, nos lanzamos sobre otra pickup que nos lleva, a gran velocidad, hasta Tha Ton. Al poco rato, paramos una vieja y oxidada pickup, que conducían una pareja de ancianos adorables, que nos lleva hasta la entrada de Mae Ai. Aquí, nos para otra pickup, que nos deja sentarnos en el interior con él. El conductor, de nombre Moses, era un pastor protestante, que se encargaba de llevar nada más y nada menos que seis orfanatos, con perspectivas a abrir más en Myanmar y Laos. Con él pasamos un agradable rato hasta llegar a Fang, donde nos deja en la estación de autobuses y nos despedimos de él.
Caminamos un rato, hasta parar una nueva pickup que conducía una simpática tailandesa, que nos recorrió unos pocos kilómetros, con parada para que ella hiciera sus compras incluida. Nos deja en mitad de la carretera, donde nos recogen un padre y un hijo en su pickup, que nos llevan bastantes kilómetros al sur, por carreteras secundarias (con vistas espectaculares) en las que habría sido difícil parar algún coche. Durante este trayecto, el coche que iba detrás saca la cámara para grabarnos y hacernos fotos, lo cual nos divirtió bastante. Nos dejan en la desviación a Chiang Dao, donde paramos otra pickup en la que iba una familia, y una mujer mayor nos dice que nos lleva hasta Chaing Dao, así que allá que nos subimos.
Una vez en Chiang Dao, nos cuesta más hacer autostop, y nos vamos alejando del centro de la ciudad hasta que nos para una joven, que no habla casi inglés, con un toyota blanco. Le decimos que vamos a Chiang Mai, y no duda en sonreirnos y decirnos que vale, así que subimos al coche, macutos incluidos. Los 84 km que nos separaban de la ciudad, no los recordamos muy nítidamente, ya que los tres caímos rendidos nada más subirnos al coche (¡menudo morro tenemos!). Cuando nos despertamos la chica sonríe y, dado que era difícil comunicarse con ella, nos deja en Chaing Mai, pero lejos del centro de la ciudad. Desde allí ya había tuk-tuks al centro, pero queríamos completar nuestra etapa a dedo, así que paramos una última pickup que nos acerca hasta la entrada del casco antiguo.
Así completamos nuestro día de viaje, tardando incluso menos que si hubiéramos ido en transporte público. Dado que las carreteras son mejores y hay más coches que en Laos (y el 80% son pickups), el trayecto fue mucho más cómodo que en nuestra anterior experiencia, y no estuvimos en ningún momento más de quince minutos esperando.
Allí encontramos el alojamiento más barato de todo el viaje (¡sólo 50 baths, con lavandería gratis!), y después de comer, nos ponemos a caminar. La ruta nos llevó por un camino asfaltado, que atraviesa varias aldeas de diferentes etnias de la región. De camino a una de estas aldeas, un coche nos paró y nos ofreció llevarnos camino abajo hasta ella; pero la subida nos la comimos con patatas. Tras cuatro horas de abruptas subidas y bajadas, completamos nuestra ruta. Ya en el hostal aprovechamos la free laundry, y nos vamos a dormir pronto ya que mañana nos esperan 240 km de ¡autostop!
A la mañana siguiente desayunamos en el 7-eleven, ¡y a parar coches! La primera pickup nos baja la colina hasta la estación de tuk-tuks, a pesar de que él paraba antes. Y allí mismo, delante de un control de policía, nos lanzamos sobre otra pickup que nos lleva, a gran velocidad, hasta Tha Ton. Al poco rato, paramos una vieja y oxidada pickup, que conducían una pareja de ancianos adorables, que nos lleva hasta la entrada de Mae Ai. Aquí, nos para otra pickup, que nos deja sentarnos en el interior con él. El conductor, de nombre Moses, era un pastor protestante, que se encargaba de llevar nada más y nada menos que seis orfanatos, con perspectivas a abrir más en Myanmar y Laos. Con él pasamos un agradable rato hasta llegar a Fang, donde nos deja en la estación de autobuses y nos despedimos de él.
Caminamos un rato, hasta parar una nueva pickup que conducía una simpática tailandesa, que nos recorrió unos pocos kilómetros, con parada para que ella hiciera sus compras incluida. Nos deja en mitad de la carretera, donde nos recogen un padre y un hijo en su pickup, que nos llevan bastantes kilómetros al sur, por carreteras secundarias (con vistas espectaculares) en las que habría sido difícil parar algún coche. Durante este trayecto, el coche que iba detrás saca la cámara para grabarnos y hacernos fotos, lo cual nos divirtió bastante. Nos dejan en la desviación a Chiang Dao, donde paramos otra pickup en la que iba una familia, y una mujer mayor nos dice que nos lleva hasta Chaing Dao, así que allá que nos subimos.
Una vez en Chiang Dao, nos cuesta más hacer autostop, y nos vamos alejando del centro de la ciudad hasta que nos para una joven, que no habla casi inglés, con un toyota blanco. Le decimos que vamos a Chiang Mai, y no duda en sonreirnos y decirnos que vale, así que subimos al coche, macutos incluidos. Los 84 km que nos separaban de la ciudad, no los recordamos muy nítidamente, ya que los tres caímos rendidos nada más subirnos al coche (¡menudo morro tenemos!). Cuando nos despertamos la chica sonríe y, dado que era difícil comunicarse con ella, nos deja en Chaing Mai, pero lejos del centro de la ciudad. Desde allí ya había tuk-tuks al centro, pero queríamos completar nuestra etapa a dedo, así que paramos una última pickup que nos acerca hasta la entrada del casco antiguo.
Así completamos nuestro día de viaje, tardando incluso menos que si hubiéramos ido en transporte público. Dado que las carreteras son mejores y hay más coches que en Laos (y el 80% son pickups), el trayecto fue mucho más cómodo que en nuestra anterior experiencia, y no estuvimos en ningún momento más de quince minutos esperando.
Vuelven las sonrisas
Tras cruzar nuestra última frontera, y 24 horas de viaje (con parada de 4 horas en Bangkok para hacernos con unos cuantos baths y redescubrir los 7-eleven), llegamos a Chiang Rai en un sleeper bus, con regalo de desayuno y botellita de agua. Al llegar buscamos guest house, y damos con una albergue regentado por una muy, muy sonriente y divertida mujer; que ofrecía (a muy buen precio) habitación privada y, a todas horas, café, té, fruta y pastas.
Tras desayunar, cogemos un bus local que nos lleva al Wat Rong Khun o Templo Blanco. Este templo, a pesar de su corta vida, a conseguido ser símbolo de Chiang Rai debido a la singularidad de su arquitectura, esculturas y pinturas de las paredes. Vamos, que viene siendo una frikada que mezcla imágenes budistas con personajes de ciencia ficción, Elvis Presley, Jack Sparrow, las Torres Gemelas en el 11-S... y demás referencias al mundo actual que el artista va añadiendo cada cierto tiempo. La vista exterior, inmaculadamente blanca, se completa con variopintas estatuas, también mezcla de budismo y acrualidad. Además, al lado del templo, hay un museo dedicado a la vida y obra del famoso artista tailandés.
De vuelta a Chiang Rai visitamos la ciudad, sus templos más importantes como el Wat Phra Kaew, un museo budista, como no el mercado, donde nos compramos unos ricos bollos rellenos, y demás vistas de la ciudad. Por la noche paseamos por el night market (la estación de aurobises, que se transforma por la noche) y cenamos en mitad de la plaza, mientras bailaban danzas tradicionales en el escenario, o cantaban los Andy y Lucas tailandeses.
Al día siguiente nuestra chica decide tomarse el día libre por la ciudad, y nosotros cogemos una moto para hacer un loop que nos llevaría todo el día. Nuestra primera parada es el Baandam museum (o Casa Negra, en contraposición al templo). No sabemos qué tendría en mente el autor. Dicen que es una reflexión sobre la historia de su país, pero nosotros no vimos más allá que unas cuantas casas de madera llenas de aninales muertos (huesos, pieles, cuernos...). Siniestro como poco.
Después seguimos por la carretera dirección Mae Sae y nos desviamos a ver una plantación de té que vemos indicada. Al llegar nos colamos en una recepción de turistas japoneses, nos dan a degustar distintos tés, y disfrutamos de las vistas de las terrazas de la plantación.
Continuamos nuestra ruta hasta Mae Sae, ciudad fronteriza con Myanmar, en la que visitamos un templo en lo alto de una colina, que permite divisar perfectamente la frontera. Desde ahí continuamos, por una carretera secundaria, solitaria y con más encanto, hasta el Triángulo de Oro. Aquí el Ruak se une al Mekong, haciendo de frontera natural entre Tailandia, Myanmar y Laos. Pese a ser turístico, es un punto muy conocido por los mochileros. Allí además tomamos un plato, especialidad de la casa, que estaba para chuparse los dedos.
Desde aquí seguimos nuestro camino hasta Chiang Saen, donde paseamos entre sus ruinas camufladas con los edificios y templos actuales. Nos tomamos un frappé para celebrar nuestros 60 días de viaje, y ponemos rumbo a Chiang Rai. Por el camino paramos en un view point, en la que se podían contemplar las ciudades de Mae Chan y Chaing Rai entre las montañas del norte, y ya sí que sí, vamos a reencontrarnos con Elvira.
Ya por la noche fuimos al Walking Market, típico de los sábados por la tarde, y que se llena de locales. En una de las plazas montan una verbena, en laque todo el mundo baila en corro, de forma animada y, para nosotros, muy graciosa. Allí cenamos y nos echamos unos cuantos bailoteos entre los locales, que nos iban enseñando pasos. Nos lo pasamos muy bien.
Tras desayunar, cogemos un bus local que nos lleva al Wat Rong Khun o Templo Blanco. Este templo, a pesar de su corta vida, a conseguido ser símbolo de Chiang Rai debido a la singularidad de su arquitectura, esculturas y pinturas de las paredes. Vamos, que viene siendo una frikada que mezcla imágenes budistas con personajes de ciencia ficción, Elvis Presley, Jack Sparrow, las Torres Gemelas en el 11-S... y demás referencias al mundo actual que el artista va añadiendo cada cierto tiempo. La vista exterior, inmaculadamente blanca, se completa con variopintas estatuas, también mezcla de budismo y acrualidad. Además, al lado del templo, hay un museo dedicado a la vida y obra del famoso artista tailandés.
De vuelta a Chiang Rai visitamos la ciudad, sus templos más importantes como el Wat Phra Kaew, un museo budista, como no el mercado, donde nos compramos unos ricos bollos rellenos, y demás vistas de la ciudad. Por la noche paseamos por el night market (la estación de aurobises, que se transforma por la noche) y cenamos en mitad de la plaza, mientras bailaban danzas tradicionales en el escenario, o cantaban los Andy y Lucas tailandeses.
Al día siguiente nuestra chica decide tomarse el día libre por la ciudad, y nosotros cogemos una moto para hacer un loop que nos llevaría todo el día. Nuestra primera parada es el Baandam museum (o Casa Negra, en contraposición al templo). No sabemos qué tendría en mente el autor. Dicen que es una reflexión sobre la historia de su país, pero nosotros no vimos más allá que unas cuantas casas de madera llenas de aninales muertos (huesos, pieles, cuernos...). Siniestro como poco.
Después seguimos por la carretera dirección Mae Sae y nos desviamos a ver una plantación de té que vemos indicada. Al llegar nos colamos en una recepción de turistas japoneses, nos dan a degustar distintos tés, y disfrutamos de las vistas de las terrazas de la plantación.
Continuamos nuestra ruta hasta Mae Sae, ciudad fronteriza con Myanmar, en la que visitamos un templo en lo alto de una colina, que permite divisar perfectamente la frontera. Desde ahí continuamos, por una carretera secundaria, solitaria y con más encanto, hasta el Triángulo de Oro. Aquí el Ruak se une al Mekong, haciendo de frontera natural entre Tailandia, Myanmar y Laos. Pese a ser turístico, es un punto muy conocido por los mochileros. Allí además tomamos un plato, especialidad de la casa, que estaba para chuparse los dedos.
Desde aquí seguimos nuestro camino hasta Chiang Saen, donde paseamos entre sus ruinas camufladas con los edificios y templos actuales. Nos tomamos un frappé para celebrar nuestros 60 días de viaje, y ponemos rumbo a Chiang Rai. Por el camino paramos en un view point, en la que se podían contemplar las ciudades de Mae Chan y Chaing Rai entre las montañas del norte, y ya sí que sí, vamos a reencontrarnos con Elvira.
Ya por la noche fuimos al Walking Market, típico de los sábados por la tarde, y que se llena de locales. En una de las plazas montan una verbena, en laque todo el mundo baila en corro, de forma animada y, para nosotros, muy graciosa. Allí cenamos y nos echamos unos cuantos bailoteos entre los locales, que nos iban enseñando pasos. Nos lo pasamos muy bien.
lunes, 24 de agosto de 2015
Final de Camboya por todo lo alto
Llegamos a Kratie y decidimos pasar la primera noche en un homestay en la isla que hay en frente de Kratie, en medio del Mekong, llamda Koh Trong. La isla es un reflejo de la vida rural jemer. A pesar de que están acostumbrados a ver a gente occidental, siguen viviendo en sus casas tradicionales, con su humilde ritmo de vida, y no dudan en saludarte y ofrecerte una amplia sonrisa cuando te cruzas con ellos. Dimos un paseo por la isla, su pequeño templo y campos de cultivo, para terminar viendo un bonito atardecer en el río. Por la noche cenamos Amok (plato típico camboyano, hecho a base de pollo y pescado) con en el resto de huéspedes: una pareja francoalemana, dos estudiantes inglesas y una señora alemana de lo más peculiar. Una vez más caímos en el error de que creer que un homestay llevába implícito el convivir con una familia, cenar con ellos y conocer un poco más de su cultura; pero nos encontramos con que sólo consiste en dormir en una casa local, en condiciones similares a las de una guesthouse (y en ocasiones a precios más elevados).
Al día siguiente cruzamos de vuelta a Kratie, y nos tomamos el día de descanso deambulando por sus calles. Además, nos encontramos con un catalán que ya nos habíamos cruzado en su momento, nada más y nada menos que en Hoi An. ¡Qué pequeño es el mundo!
Tras este día, empieza la odisea hacia Siem Reap. Primero cogemos un autobús que nos lleva hasta Skun en 5 horas; allí hacemos una parada de otra hora y cambio de bus, esta vez directo a Siem Reap. La hora prevista de llegada eran las 16:00, sin embargo, entre el retraso y una parada a mitad de camino en la que el conductor se bajó con una llave inglesa (por motivos aún desconocidos), llegamos a las 20:00. En la estación nos esperaba un tuk tuk que nos llevó hasta el hostal, de nuevo con free coffee and tea.
El primer día en Siem Reap hacemos un cambio de planes y decidimos pasar lo que nos queda en Camboya viendo Angkor. Así que alquilamos unas bicis, y allá que vamos a por nuestro ticket de tres días.
Comenzamos el circuito, tras dos horas perdidos por caminos y carreteras, por los templos de Angkor. Decidimos empezar por los más pequeños y alejados, para reservar la majestuosidad de Angkor Thom y Angkor Wat para el final.
La ciudad que hace 800 años llegó a albergar a más de un millón de personas, hoy se ha convertido en una visita obligatoria. Algunos de los templos han llegado en perfecto estado hasta nuestros tiempos, mientras que otros han sido invadidos y dominados por la naturaleza, recordándonos el poder y la fuerza de ésta, y dotando de un aire mágica las ruinas. El atardecer y el amanecer en Angkor son también un hito obligado en esta visita, a pesar del madrugón que conllevan, y de lo masificado que llega a estar. Sin embargo las vistas y los colores con este escenario de fondo lo merecen sin duda. El tercer día decidimos cambiar de dirección y ver los aislados templos de Rouluos, construídos años antes que la ciudad de Angkor, mucho más tranquilos y pequeños que éstos.
Nosotros decidimos hacer el circuito en bici, por la libertad que esto conlleva, y ya que contábamos con tres dias de visita. Sin embargo, para rodos aquellos que no dispongan de tanto tiempo y prefieran verlo en un solo día, es bastante recomendable coger un tuk tuk (como Quim Gutiérrez, con quien nos encontramos en medio de Angkor), ya que el recinto es extremadamente grande.
La ciudad de Siem Reap, como tal, no tiene mucho que ver. Ha crecido por y para el turismo, y cuenta con una calle de pubs (sólo apta para westerns), y un mercado nocturno, donde puedes conseguir camisetas a pesetas y calzoncillos a durillos.
Con este broche de oro cerramos nuestra estancia en Camboya, y ponemos rumbo al País de las Sonrisas, donde terminarán nuestras andanzas por el sureste asiático.
Al día siguiente cruzamos de vuelta a Kratie, y nos tomamos el día de descanso deambulando por sus calles. Además, nos encontramos con un catalán que ya nos habíamos cruzado en su momento, nada más y nada menos que en Hoi An. ¡Qué pequeño es el mundo!
Tras este día, empieza la odisea hacia Siem Reap. Primero cogemos un autobús que nos lleva hasta Skun en 5 horas; allí hacemos una parada de otra hora y cambio de bus, esta vez directo a Siem Reap. La hora prevista de llegada eran las 16:00, sin embargo, entre el retraso y una parada a mitad de camino en la que el conductor se bajó con una llave inglesa (por motivos aún desconocidos), llegamos a las 20:00. En la estación nos esperaba un tuk tuk que nos llevó hasta el hostal, de nuevo con free coffee and tea.
El primer día en Siem Reap hacemos un cambio de planes y decidimos pasar lo que nos queda en Camboya viendo Angkor. Así que alquilamos unas bicis, y allá que vamos a por nuestro ticket de tres días.
Comenzamos el circuito, tras dos horas perdidos por caminos y carreteras, por los templos de Angkor. Decidimos empezar por los más pequeños y alejados, para reservar la majestuosidad de Angkor Thom y Angkor Wat para el final.
La ciudad que hace 800 años llegó a albergar a más de un millón de personas, hoy se ha convertido en una visita obligatoria. Algunos de los templos han llegado en perfecto estado hasta nuestros tiempos, mientras que otros han sido invadidos y dominados por la naturaleza, recordándonos el poder y la fuerza de ésta, y dotando de un aire mágica las ruinas. El atardecer y el amanecer en Angkor son también un hito obligado en esta visita, a pesar del madrugón que conllevan, y de lo masificado que llega a estar. Sin embargo las vistas y los colores con este escenario de fondo lo merecen sin duda. El tercer día decidimos cambiar de dirección y ver los aislados templos de Rouluos, construídos años antes que la ciudad de Angkor, mucho más tranquilos y pequeños que éstos.
Nosotros decidimos hacer el circuito en bici, por la libertad que esto conlleva, y ya que contábamos con tres dias de visita. Sin embargo, para rodos aquellos que no dispongan de tanto tiempo y prefieran verlo en un solo día, es bastante recomendable coger un tuk tuk (como Quim Gutiérrez, con quien nos encontramos en medio de Angkor), ya que el recinto es extremadamente grande.
La ciudad de Siem Reap, como tal, no tiene mucho que ver. Ha crecido por y para el turismo, y cuenta con una calle de pubs (sólo apta para westerns), y un mercado nocturno, donde puedes conseguir camisetas a pesetas y calzoncillos a durillos.
Con este broche de oro cerramos nuestra estancia en Camboya, y ponemos rumbo al País de las Sonrisas, donde terminarán nuestras andanzas por el sureste asiático.
viernes, 21 de agosto de 2015
Conocer la historia de un país también es viajar
Tras hacer una tarde en Kampot, famosa por tener la mejor pimienta del mundo (y un monumento gigante y absurdo al Durian), llegamos a nuestra siguiente etapa del viaje: Phnom Penh, capital de Camboya.
La ciudad tiene un trazado de calles perfectamente cuadriculado y éstas en lugar de nombre propio tienen un número, lo cual nos ayuda bastante a orientarnos y llegar a nuestro hostal, cerca del Palacio Real. Como al llegar a la ciudad todavía es pronto, recorremos los alrededores del Palacio y la Pagoda de Plata, para terminar callejeando hacia el Tuol Sleng (también conocido como S-21). Se trata de un antiguo colegio que durante la época de los jemeres rojos se transformó en una de tantas cárceles clandestinas, donde se encerraba, torturaba y ejecutaba a todo aquel que el régimen considerase oportuno. Actualmente convertido en museo, mantiene las aulas transformadas en celdas, con una colección interminable de fotografías de todo aquel que pasó por allí (antes, y en algunos casos después de ser torturado), así como los testimonios de la escasa decena de personas que logró salir con vida de aquí. Un lugar que hiela la sangre a cualquiera que quiera conocer más de cerca la barbarie que se cometió en este país hace tan solo 40 años.
Según terminamos la visita nos dirijimos al hostal, donde todas las tardes a las 18:00 h ponen la película de "Los gritos del silencio", que enfoca esta época histórica desde el punto de vista de un grupo de periodistas internacionales, así como de uno camboyano que cae preso del régimen.
A la mañana siguiente alquilamos unas bicis y pedaleamos por las alocadas calles de la ciudad unos 15 km hasta llegar a los Killing fields, el campo de ejecución más grande de los jemeres rojos, al cual se trasladaba a los presos del S-21 y de otras cárceles cuando empezó a faltar espacio para ocultar los cadáveres en ellas. Actualmente se trata de una región alejada de la ciudad, tranquila, llena de árboles y sombra al lado de un lago, que invita al paseo y la reflexión. Antaño debió de ser una de las mayores atrocidades que vivió este país. Recorrimos el campo con una audioguía que nos iba dando información bastante completa, hasta terminar en una stupa erigida como monumento funerario a las víctimas de los jeremes rojos, y repleta de cráneos y otros huesos que se encontraron allí; otros siguen aún escondidos bajo las tierras del lago. Con esta visita ponemos fin a nuestro recorrido por la historia reciente de Camboya, y nos ponemos a pedalear de vuelta a la ciudad.
Una vez en Phnom Penh, visitamos distintos mercados, comemos, descansamos de las bicis y por la tarde nos vamos a una clase (¡otra!) de meditación Vispasana, para relajarnos y poner en orden tanta información recibida en tan poco tiempo. Ya por la noche aprovechamos para pasear por la rivera del río y el mercado nocturno, y a la mañana siguiente temprano cogemos un autobús que nos llevará a Kratie, ciudad bañada por el omnipresente Mekong.
La ciudad tiene un trazado de calles perfectamente cuadriculado y éstas en lugar de nombre propio tienen un número, lo cual nos ayuda bastante a orientarnos y llegar a nuestro hostal, cerca del Palacio Real. Como al llegar a la ciudad todavía es pronto, recorremos los alrededores del Palacio y la Pagoda de Plata, para terminar callejeando hacia el Tuol Sleng (también conocido como S-21). Se trata de un antiguo colegio que durante la época de los jemeres rojos se transformó en una de tantas cárceles clandestinas, donde se encerraba, torturaba y ejecutaba a todo aquel que el régimen considerase oportuno. Actualmente convertido en museo, mantiene las aulas transformadas en celdas, con una colección interminable de fotografías de todo aquel que pasó por allí (antes, y en algunos casos después de ser torturado), así como los testimonios de la escasa decena de personas que logró salir con vida de aquí. Un lugar que hiela la sangre a cualquiera que quiera conocer más de cerca la barbarie que se cometió en este país hace tan solo 40 años.
Según terminamos la visita nos dirijimos al hostal, donde todas las tardes a las 18:00 h ponen la película de "Los gritos del silencio", que enfoca esta época histórica desde el punto de vista de un grupo de periodistas internacionales, así como de uno camboyano que cae preso del régimen.
A la mañana siguiente alquilamos unas bicis y pedaleamos por las alocadas calles de la ciudad unos 15 km hasta llegar a los Killing fields, el campo de ejecución más grande de los jemeres rojos, al cual se trasladaba a los presos del S-21 y de otras cárceles cuando empezó a faltar espacio para ocultar los cadáveres en ellas. Actualmente se trata de una región alejada de la ciudad, tranquila, llena de árboles y sombra al lado de un lago, que invita al paseo y la reflexión. Antaño debió de ser una de las mayores atrocidades que vivió este país. Recorrimos el campo con una audioguía que nos iba dando información bastante completa, hasta terminar en una stupa erigida como monumento funerario a las víctimas de los jeremes rojos, y repleta de cráneos y otros huesos que se encontraron allí; otros siguen aún escondidos bajo las tierras del lago. Con esta visita ponemos fin a nuestro recorrido por la historia reciente de Camboya, y nos ponemos a pedalear de vuelta a la ciudad.
Una vez en Phnom Penh, visitamos distintos mercados, comemos, descansamos de las bicis y por la tarde nos vamos a una clase (¡otra!) de meditación Vispasana, para relajarnos y poner en orden tanta información recibida en tan poco tiempo. Ya por la noche aprovechamos para pasear por la rivera del río y el mercado nocturno, y a la mañana siguiente temprano cogemos un autobús que nos llevará a Kratie, ciudad bañada por el omnipresente Mekong.
Vacaciones dentro de vacaciones
Tras un día de locura en el que viajamos durante 19 horas desde HCMC, cruzando la frontera por Bavet sin problemas salvo el aire acondigelado (que no acondicionado) del bus nocturno, con parada en Phnom Penh de dos horas y luego otras cinco horas en una minivan de lujo a Sihanoukville, acabamos sacando el dedo y un hombre nos lleva hasta el hotel donde nos reencontramos con Ana, que ya llevaba viajando una semana por Camboya y que ha decidido pasar sus últimos días de viaje con nosotros.
A la mañana siguiente cogemos el ferry que nos lleva hasta la isla de Koh Rong, descrita por muchos como las islas de Tailandia hace veinte años, antes de que el turismo arrasara con todo. El trayecto en ferry parecía que iba a ser tranquilo, pero lejos de ello, terminamos calados y bastante intoxicados por el humo negro que soltaba el motor y que se mezclaba con la lluvia produciendo gotas negras (RIP camiseta de Elvira). ¡Menudo comienzo de viaje! Sin embargo, nada mas llegar a la isla, a pesar de lo explotada que está la playa principal, su arena blanca y sus aguas cristalinas nos cautivan. Desde allí, un barco-taxi nos lleva hasta Coconut Beach, la playa que iba a ser nuestro paraíso durante tres días.
El último día de nuestra estancia aquí lo pasamos sin Ana, que se nos marchó rumbo a HCMC, haciendo el camino inverso que nos trajo aquí, para volver a España. Ha sido un placer compartir contigo este paraíso. Es curioso como en tres días de viaje, se comparte mucho más que durante todo un curso. Recuerda que en dos semnanas tenemos pendiente una cita de tortitas y batido de oreos.
El desembarco en Coconut Beach también fue divertido. El barco nos deja en mitad del agua y tenemos que saltar con los macutos y el agua hasta los muslos. Nada más llegar nos recibe Robbie, el dueño del conjunto de bungalows, restaurante y tiendas de campaña, que es Coconut Beach Bungalows. Robbie es, sin duda, una de las personas más entrañables que nos llevamos de nuestro viaje. Su amabilidad y hospitalidad junto con la de toda su familia te hace sentir tan a gusto que aumenta lo paradisiaco de la experiencia.
Podríamos definir la playa de Coconut Beach como una playa en peligro de extinción ya que un Resort (todavía, y menos mal, inactivo) amenaza con masificarla. La pequeña Coconut Beach se encuentra entre dos selváticas colinas al noreste de la playa principal. La fusión de la arena blanca, el agua, la selva, las barcas de pescadores ondeando en el horizonte, las tiendas de campaña en primera línea de playa y las hamacas con vistas, hacen de esto un paraíso terrenal, aún a pesar de que estuviésemos en la estación húmeda y nos cayese una media de cuatro chaparrones (de los buenos) al día. Éstos, lejos de amargarnos la estancia, añadieron un toque mágico a esta exaltación de la naturaleza. No obstante, no tan fascinante como el placton bioluminiscente. Al caer la noche, nos sumergimos hasta la cintura en la playa, y con el movimiento cientos de pequeñas luces parpadeaban durante unos segundos. Una imagen que parece sacada de cuento, y que quedará plasmada en nuesras retinas. Si a esto le sumas una decena de farolillos, con forma de corazón, (que Robbie nos había preparado para lanzar, tras pedir un deseo), surcando los cielos: la escena se vuelve insuperable.
Los días los pasamos entre el mar, la arena, algún que otro paseo por la jungla y una visita a la aldea de pescadores al otro lado de la colina. Durante las noches, Robbie se encargaba de crear buen ambiente entre los huéspedes con trucos suyos, juegos de cartas e imitaciones de animales (al gecko lo clavaba). ¡Por cierto!, la comida de lo más delicioso que hemos probado en mucho tiempo (¡¡¡al fin pescado!!!).
Desde aquií damos gracias al grupo de franceses estudiantes de medicina que conocimos en Dalat que nos recomendaron este sitio y hacemos llamamiento (por orden del siempre jovial padre de Robbie) a que hagáis un hueco en vuestro viaje por Camboya para tomar un respiro en este paraíso.
Siempre nos quedará Coconut Beach.
A la mañana siguiente cogemos el ferry que nos lleva hasta la isla de Koh Rong, descrita por muchos como las islas de Tailandia hace veinte años, antes de que el turismo arrasara con todo. El trayecto en ferry parecía que iba a ser tranquilo, pero lejos de ello, terminamos calados y bastante intoxicados por el humo negro que soltaba el motor y que se mezclaba con la lluvia produciendo gotas negras (RIP camiseta de Elvira). ¡Menudo comienzo de viaje! Sin embargo, nada mas llegar a la isla, a pesar de lo explotada que está la playa principal, su arena blanca y sus aguas cristalinas nos cautivan. Desde allí, un barco-taxi nos lleva hasta Coconut Beach, la playa que iba a ser nuestro paraíso durante tres días.
El último día de nuestra estancia aquí lo pasamos sin Ana, que se nos marchó rumbo a HCMC, haciendo el camino inverso que nos trajo aquí, para volver a España. Ha sido un placer compartir contigo este paraíso. Es curioso como en tres días de viaje, se comparte mucho más que durante todo un curso. Recuerda que en dos semnanas tenemos pendiente una cita de tortitas y batido de oreos.
El desembarco en Coconut Beach también fue divertido. El barco nos deja en mitad del agua y tenemos que saltar con los macutos y el agua hasta los muslos. Nada más llegar nos recibe Robbie, el dueño del conjunto de bungalows, restaurante y tiendas de campaña, que es Coconut Beach Bungalows. Robbie es, sin duda, una de las personas más entrañables que nos llevamos de nuestro viaje. Su amabilidad y hospitalidad junto con la de toda su familia te hace sentir tan a gusto que aumenta lo paradisiaco de la experiencia.
Los días los pasamos entre el mar, la arena, algún que otro paseo por la jungla y una visita a la aldea de pescadores al otro lado de la colina. Durante las noches, Robbie se encargaba de crear buen ambiente entre los huéspedes con trucos suyos, juegos de cartas e imitaciones de animales (al gecko lo clavaba). ¡Por cierto!, la comida de lo más delicioso que hemos probado en mucho tiempo (¡¡¡al fin pescado!!!).
Desde aquií damos gracias al grupo de franceses estudiantes de medicina que conocimos en Dalat que nos recomendaron este sitio y hacemos llamamiento (por orden del siempre jovial padre de Robbie) a que hagáis un hueco en vuestro viaje por Camboya para tomar un respiro en este paraíso.
Siempre nos quedará Coconut Beach.
¡Hasta pronto Vietnam!
(Lo sabemos, llevamos muchas entradas de retraso... ¡Vamos a ello!)
Nuestra última parada en Vietnam fue la antigua capital de Vietnam del Sur y centro económico del país, Ho Chi Minh City o como la conocen nuestros padres y aquellos que vivieron la guerra de Vietnam, Saigon. La cosa es que nos hace gracia, que le hayan puesto a la capital del Sur el nombre de la figura comunista más importante del país y eso que sólo estuvo dos veces en ella. Cosas de Vietnam.
Llegamos por la tarde y fuimos directos al hostal que habíamos reservado. El hostal estaba en obras y era cutre hasta decir basta. Las fotos que habíamos visto en nada se parecían con la realidad de ¡un baño para 18 camas! que menos mal, nunca llegaron a completarse. De todas formas íbamos sobre aviso (¡gracias Ana!). Dejamos las cosas en el hostal, damos una vuelta por los alrededores y nos damos cuenta de lo occidentalizada que se encuentra esta ciudad a diferencia de Hanoi y la cantidad de motos que tiene circulando por sus calles. Y es que HCMC, es la cuidad asiática con mayor número de motos por habitante (7 millones de motos, a una por cada dos habitantes). Acabamos cenando en un puesto callejero de bocadillos mientras las dueñas subian fotos a su pagina oficial de facebook con "sus amigos españoles".
Al día siguiente por la mañana tocaba ponerse al día con la historia de este país, pero antes, parada para visitar las catedral de Nôtre Dame (nada comparable con la de París) y la Oficina Central de Correos. La siguiente parada, ahora ya sí, el Museo de los vestigios de la Guerra. El museo está dividido en varias salas con un recorrido recomendado. El museo esta muy bien organizado, empezando por una sala con los hechos históricos irrefrutables que continúa con una colección fotográfica impresionante de los veinte años que duró la guerra (primero contra Francia y después contra EEUU). Las últimas salas muestran las atrocidades que se cometieron por parte de los americanos (torturas, agente naranja, cárceles...) que no pueden dejar indiferente a nadie. Afuera una colección de tanques, bombas, cañones y aviones rodean el edificio. Una visita imprescindible para todo aquel que se acerque a esta ciudad. Antes de comer paseo para ver el ayuntamiento, los exteriores del Museo de Ho Chi Minh y la mezquita de la ciudad. Comemos rapidamente y ponemos rumbo a la excursión organizada de los Túneles de Cuchi (aunque no tiene nada que ver contigo Isa ;).
El minibus nos lleva a unos 40 km de HCMC, una región donde se muestran una ínfima porción de todo el sistema de túneles que crearon los soldados del Viet Cong. Este constaba de tres niveles (3,6 y 10 metros bajo tierra) que conectaba el campo de batalla con sus bases de guerra e incluso salida al río en caso de necesidad. Durante la visita, se muestran al público, cómo camuflaban las entradas de los túneles, los diferentes tipos de trampas para cazar americanos y por último un recorrido por los túneles que a pesar de estar ampliados para los turistas, sirven para hacer una idea de lo asfixiante y agobiante que debía de resultar esconderse y huir por ellos.
El segundo día en HCMC, realizamos otro tour pero esta vez, al Delta del Mekong (¿qué río iba a ser si no?). Turistada en toda regla pero que nos hizo pasar un buen día. Nos enseñaron cómo se hacían dulces con leche de coco (que más tarde se han derretido en nuestros macutos), hojas de papel de arroz, frutas desecadas y pudimos degustar té con miel y lima, y fruta del país. Durante la visita nos hicimos amigos de una pareja de catalanes muy simpática que había estado viajando por Vietnam durante tres semanas, y de una mejicana que después de trabajar seis años sin vacaciones, había decidido cogerse un buen y merecido descanso.
El tercer y último día, tras casi tres semanas de viaje y experiencias compartidas juntos (sin él no habríamos cogido las motos ;), nos despedimos de Lucas, que pone rumbo a Camboya ya que en una semana tiene que encontrarse con un amigo en Bangkok. Esperamos que disfrutes de esta segunda parte del viaje por el país khmer primero, y el de las sonrisas después.
Por la mañana dimos una vuelta por las afueras de la ciudad descubriendo el ambiente menos urbano y más residencial. Comimos unos Banh Bao rellenos de carne y por la tarde algunos pusieron rumbo al puerto y jardín botánico, otros descansaron en el hostal y por último Elvira hizo amigos vietnamitas mientras descansaba en el parque, que se acercaron a ella en busca de practicar inglés y pasar un buen rato. Por la noche hicimos tiempo hasta que a las 23:30 h nos dirigimos hasta la agencia donde habíamos reservado un bus nocturno a la frontera Camboyana. Hubo un momento en el que temimos quedarnos un día más en HCMC, ya que nos habían reservado para el día siguiente, pero esta vez la mujer de la agencia fue muy amable y nos lo cambió tras un par de llamadas sin problemas.
Así es como nos despedimos del País del Dragón de Fuego tras tres semanas intensas e inolvidables.
Nuestra última parada en Vietnam fue la antigua capital de Vietnam del Sur y centro económico del país, Ho Chi Minh City o como la conocen nuestros padres y aquellos que vivieron la guerra de Vietnam, Saigon. La cosa es que nos hace gracia, que le hayan puesto a la capital del Sur el nombre de la figura comunista más importante del país y eso que sólo estuvo dos veces en ella. Cosas de Vietnam.
Llegamos por la tarde y fuimos directos al hostal que habíamos reservado. El hostal estaba en obras y era cutre hasta decir basta. Las fotos que habíamos visto en nada se parecían con la realidad de ¡un baño para 18 camas! que menos mal, nunca llegaron a completarse. De todas formas íbamos sobre aviso (¡gracias Ana!). Dejamos las cosas en el hostal, damos una vuelta por los alrededores y nos damos cuenta de lo occidentalizada que se encuentra esta ciudad a diferencia de Hanoi y la cantidad de motos que tiene circulando por sus calles. Y es que HCMC, es la cuidad asiática con mayor número de motos por habitante (7 millones de motos, a una por cada dos habitantes). Acabamos cenando en un puesto callejero de bocadillos mientras las dueñas subian fotos a su pagina oficial de facebook con "sus amigos españoles".
Al día siguiente por la mañana tocaba ponerse al día con la historia de este país, pero antes, parada para visitar las catedral de Nôtre Dame (nada comparable con la de París) y la Oficina Central de Correos. La siguiente parada, ahora ya sí, el Museo de los vestigios de la Guerra. El museo está dividido en varias salas con un recorrido recomendado. El museo esta muy bien organizado, empezando por una sala con los hechos históricos irrefrutables que continúa con una colección fotográfica impresionante de los veinte años que duró la guerra (primero contra Francia y después contra EEUU). Las últimas salas muestran las atrocidades que se cometieron por parte de los americanos (torturas, agente naranja, cárceles...) que no pueden dejar indiferente a nadie. Afuera una colección de tanques, bombas, cañones y aviones rodean el edificio. Una visita imprescindible para todo aquel que se acerque a esta ciudad. Antes de comer paseo para ver el ayuntamiento, los exteriores del Museo de Ho Chi Minh y la mezquita de la ciudad. Comemos rapidamente y ponemos rumbo a la excursión organizada de los Túneles de Cuchi (aunque no tiene nada que ver contigo Isa ;).
El minibus nos lleva a unos 40 km de HCMC, una región donde se muestran una ínfima porción de todo el sistema de túneles que crearon los soldados del Viet Cong. Este constaba de tres niveles (3,6 y 10 metros bajo tierra) que conectaba el campo de batalla con sus bases de guerra e incluso salida al río en caso de necesidad. Durante la visita, se muestran al público, cómo camuflaban las entradas de los túneles, los diferentes tipos de trampas para cazar americanos y por último un recorrido por los túneles que a pesar de estar ampliados para los turistas, sirven para hacer una idea de lo asfixiante y agobiante que debía de resultar esconderse y huir por ellos.
El segundo día en HCMC, realizamos otro tour pero esta vez, al Delta del Mekong (¿qué río iba a ser si no?). Turistada en toda regla pero que nos hizo pasar un buen día. Nos enseñaron cómo se hacían dulces con leche de coco (que más tarde se han derretido en nuestros macutos), hojas de papel de arroz, frutas desecadas y pudimos degustar té con miel y lima, y fruta del país. Durante la visita nos hicimos amigos de una pareja de catalanes muy simpática que había estado viajando por Vietnam durante tres semanas, y de una mejicana que después de trabajar seis años sin vacaciones, había decidido cogerse un buen y merecido descanso.
El tercer y último día, tras casi tres semanas de viaje y experiencias compartidas juntos (sin él no habríamos cogido las motos ;), nos despedimos de Lucas, que pone rumbo a Camboya ya que en una semana tiene que encontrarse con un amigo en Bangkok. Esperamos que disfrutes de esta segunda parte del viaje por el país khmer primero, y el de las sonrisas después.
Por la mañana dimos una vuelta por las afueras de la ciudad descubriendo el ambiente menos urbano y más residencial. Comimos unos Banh Bao rellenos de carne y por la tarde algunos pusieron rumbo al puerto y jardín botánico, otros descansaron en el hostal y por último Elvira hizo amigos vietnamitas mientras descansaba en el parque, que se acercaron a ella en busca de practicar inglés y pasar un buen rato. Por la noche hicimos tiempo hasta que a las 23:30 h nos dirigimos hasta la agencia donde habíamos reservado un bus nocturno a la frontera Camboyana. Hubo un momento en el que temimos quedarnos un día más en HCMC, ya que nos habían reservado para el día siguiente, pero esta vez la mujer de la agencia fue muy amable y nos lo cambió tras un par de llamadas sin problemas.
Así es como nos despedimos del País del Dragón de Fuego tras tres semanas intensas e inolvidables.
jueves, 13 de agosto de 2015
Atrapados: esta vez en Mui Ne
Y después de refrescarnos y de un poco de montaña, le llega el turno a un poquito más de playa en Mui Ne. Nuestra idea era pasar incluso menos de 24 horas en esta ciudad, conocida por sus dunas, sus resorts y por la pesca y la salsa de pescado que fabrican; pero nuevamente, y a pesar de haber llamado desde Dalat, nada más llegar nos dicen que todos los autobuses están llenos para el día siguiente y que nos tendremos que ir un día más tarde. Última jugarreta del Open Bus.
Nos hospedamos en un hostal de lo más agradable, pero que se notaba muy abandonado y falto de explotación (y eso que lo regentaba un alemán); y salimos a caminar por la única calle que tiene esa zona de la ciudad. Una calle orientada casi en exclusiva al turismo ruso, lleno de hoteles y pequeño resorts, bares de fiesta y restaurantes de pescado y marisco fresco, que se exhibe en cubetas a la entrada.
A la mañana siguiente, y dado que teníamos todo el día, decidimos alquilar un par de motos y recorrer los 25 km que nos separan de las dunas de arena blanca. Tras un paseo en el que nos quedamos sin gasolina (por aquí apenas hay gasolineras, y todo el mundo intenta lucrarse vendiéndote el litro de gasolina un 50-70% más caro, en la Puerta de su casa), llegamos a las montañas de arena, rodeadas por la carretera, un lago y un pinar: un paisaje sin precedentes en lo que llevamos de viaje, y que no deja de sorprendernos que exista ahí, en mitad de la nada.
Después de un rato nos recogemos y decidimos parar a mitad de camino para bañarnos en una playa de pescadores, en la que no encontramos más que botes y caracolas, así que es el lugar perfecto para refrescarse antes de llegar a la villa de pescadores (el verdadero Mui Ne). De ahí nos dirigimos de nuevo a la zona turística, donde aparcamos las motos para caminar por el Fairy Stream. Éste consiste en una caminata por en medio de un riachuelo que no cubre mucho más allá de los tobillos, rodeado por arena rojoanaranjada, y formaciones blanquecinas en forma de chimeneas, todo ello a su vez contrastado con el verde de la vegetación. Al final del camino, unas pequeñas cascadas nos esperan para masajearnos la espalda con sus aguas.
Finalmente, nuestra última parada del día son las dunas rojas, mucho más masificadas que las anteriores, pero desde donde hay unas vistas privilegiadas hacia el atardecer que refleja sus tonos en los de la arena. Esperamos allí hasta que el Sol se despide, y volvemos al hostal para cenar un poco de "seafood" en una terraza, aprovechando que más fresco que aquí, en pocos sitios.
Al día siguiente algunos madrugamos para ver el amanecer en la playa (aunque resulta que el Sol sale detrás de ésta), y damos algún que otro paseo y organizamos lo que nos queda de viaje en Vietnam, y Camboya. A medio día ya estamos esperando para coger el último trayecto del billete de Open Bus, rumbo a Saigon.
La verdad que esta pequeña ciudad, a pesar de ser una calle que vive en exclusiva del turismo, y sin mucho encanto, nos ha sorprendido muy positivamente por sus alrededores. Al final hasta nos hicieron un favor reteniéndonos un día entero, y permitiendo que viésemos tranquilamente todo el entorno natural que hace a Mui Ne algo más que un simple sitio de playa.
Nos hospedamos en un hostal de lo más agradable, pero que se notaba muy abandonado y falto de explotación (y eso que lo regentaba un alemán); y salimos a caminar por la única calle que tiene esa zona de la ciudad. Una calle orientada casi en exclusiva al turismo ruso, lleno de hoteles y pequeño resorts, bares de fiesta y restaurantes de pescado y marisco fresco, que se exhibe en cubetas a la entrada.
A la mañana siguiente, y dado que teníamos todo el día, decidimos alquilar un par de motos y recorrer los 25 km que nos separan de las dunas de arena blanca. Tras un paseo en el que nos quedamos sin gasolina (por aquí apenas hay gasolineras, y todo el mundo intenta lucrarse vendiéndote el litro de gasolina un 50-70% más caro, en la Puerta de su casa), llegamos a las montañas de arena, rodeadas por la carretera, un lago y un pinar: un paisaje sin precedentes en lo que llevamos de viaje, y que no deja de sorprendernos que exista ahí, en mitad de la nada.
Después de un rato nos recogemos y decidimos parar a mitad de camino para bañarnos en una playa de pescadores, en la que no encontramos más que botes y caracolas, así que es el lugar perfecto para refrescarse antes de llegar a la villa de pescadores (el verdadero Mui Ne). De ahí nos dirigimos de nuevo a la zona turística, donde aparcamos las motos para caminar por el Fairy Stream. Éste consiste en una caminata por en medio de un riachuelo que no cubre mucho más allá de los tobillos, rodeado por arena rojoanaranjada, y formaciones blanquecinas en forma de chimeneas, todo ello a su vez contrastado con el verde de la vegetación. Al final del camino, unas pequeñas cascadas nos esperan para masajearnos la espalda con sus aguas.
Finalmente, nuestra última parada del día son las dunas rojas, mucho más masificadas que las anteriores, pero desde donde hay unas vistas privilegiadas hacia el atardecer que refleja sus tonos en los de la arena. Esperamos allí hasta que el Sol se despide, y volvemos al hostal para cenar un poco de "seafood" en una terraza, aprovechando que más fresco que aquí, en pocos sitios.
Al día siguiente algunos madrugamos para ver el amanecer en la playa (aunque resulta que el Sol sale detrás de ésta), y damos algún que otro paseo y organizamos lo que nos queda de viaje en Vietnam, y Camboya. A medio día ya estamos esperando para coger el último trayecto del billete de Open Bus, rumbo a Saigon.
La verdad que esta pequeña ciudad, a pesar de ser una calle que vive en exclusiva del turismo, y sin mucho encanto, nos ha sorprendido muy positivamente por sus alrededores. Al final hasta nos hicieron un favor reteniéndonos un día entero, y permitiendo que viésemos tranquilamente todo el entorno natural que hace a Mui Ne algo más que un simple sitio de playa.
jueves, 6 de agosto de 2015
¿Seguimos en Vietnam?
Llegamos a Dalat tras un viaje de unas cinco horas en minibus (el estado de las carreteras no permite vehículos más grandes) donde charlamos con ¡otra maestra! francesa muy simpática que se estaba recorriendo Vietnam por su cuenta.
Al llegar encontramos hostal fácilmente dado que ya lo habíamos buscado por internet. Nos alojamos en una habitación compartida de seis camas, que no se llenó durante nuestra estancia, así que la tuvimos para nosotros solos. Los dueños nos dan la bienvenida y nos invitan a cenar esa noche. Además teníamos coffee y tea free y desayuno :) ¡Cómo nos conquistan con tan poco!
Por la tarde, pese a las advertencias de lluvia de la gente del hostal, decidimos salir a dar una vuelta. Dalat sin duda es diferente a las demás ciudades vietnamitas que hemos visitado. Entre montañas y con un clima no superior a los 25 grados, se encuentra esta antigua villa descubierta por los franceses y lugar de vacaciones de muchos de ellos durante el siglo XIX. Como resultado, el pasear por sus calles te hace recordar a cualquier villa francesa debido a la arquitectura típica de sus casas y lo bien cuidado que tienen las zonas verdes. ¡Además los precios de las cosas son iguales para turistas que para vietnamitas! Lo que da un respiro a nuestro apretado bolsillo.
Poco después de salir del hostal, llegó la lluvia. ¡Y de qué manera! Tuvimos que resguardarnos debajo de un puesto durante media hora hasta que amainó un poco. Sacamos el chubasquero y nos pusimos en busca de la Catedral de Dalat y la Crazy House. Ésta última se trata de un "hotel" abierto al público, diseñado por una arquitecto que trata de fusionar su trabajo con la vuelta a la naturaleza: edificios con animales gigantes, pasarelas aleatorias y caóticas que simulan ser troncos de árboles que cruzan hasta por encima de los tejados, telarañas, setas, cuevas... todo a lo grande y como salido de un cuento. Tras esta visita, nos dirigimos a la pagoda de Son Ly y al convento de monjas, y de vuelta al hostal.
La cena que nos tenían preparada consistía en rollitos de primavera que cada uno se tenía que ir haciendo mezclando muchos trozos de frutas frescas (mango, piña, plátano verde...), verduras, tofu y trozos de carne. Tuvimos el placer de conversar con la gente del hostal y demás huéspedes. El dueño acabó invitándonos a un par de cervezas mientras veíamos videos de Shakira (a la que el dueño adoraba) en youtube. Terminados los vídeos, cogimos la guitarra y nos pusimos a cantar unas cuantas canciones.
Al día siguiente realizamos un trekking (no muy emocionante, ya que íbamos al lado de la carretera) de 7 km hasta las Cataratas de Datanla. Nos imaginábamos que serian turísticas dadas las fechas de vacaciones vietnamitas y lo cerca que están de Dalat, pero la que tenían montada era mucho peor. Habían construido una especie de parque de atracciones alrededor de las cataratas con miles de puestos turísticos, una especie de montaña rusa y hasta un teleférico para que la gente no tuviera que volver subiendo. De todas formas, intentamos separarnos de la marea y contemplar el bello paisaje que nos rodeaba.
A la vuelta y dado que nos habían vuelto a avisar de que llovería por la tarde, algunos decidimos dar un paseo por el gran lago de Dalat (famoso por sus barcas con forma de cisne en las que se suben las parejas de enamorados; vamos, una ñoñada en toda regla), visitar el mercado y dar una vuelta por la ciudad hasta que se puso a llover. Cogimos unos bocatas y unos bollos de la bakery de al lado del hostal (riquísimos) y comimos en el hall del hostal. Por la noche aprovechamos que había parado de llover para visitar el mercado nocturno. Estaba a reventar de gente y de puestos de todo tipo.
El último día en Dalat lo pasamos subiendo la cima de la montaña más alta de los alrededores de la ciudad, la llamada Lang Bian Mountain. Los del hostal nos dejaron unas motos tiradas de precio (puesto que solo las íbamos a coger una mañana) y fuimos hasta el recinto. El sitio es muy turístico pero como todo el mundo sube en jeep y a un pico más accesible por carretera, durante nuestro trekking no encontramos casi a nadie. Al principio fuimos bosque a través (ya que no queríamos volver a caminar por la carretera) confiando en Elvira y su historial de scout. Fuimos subiendo poco a poco hasta que tras unos 40 min nos topamos con tres locales a los que decidimos seguir. Gracias a ellos encontramos un camino (marcado apenas con tres flechas blancas) que nos llevo hasta un letrero que ponía que nos faltaban 2,2 km para la cima. El primer kilómetro es un sendero sencillo, pero el último consiste en ir subiendo peldaños con gran pendiente, pasar por debajo o por encima de troncos y pringarse de barro. El bosque que te rodea mientras subes la cima junto con el clima y la lluvia de los días anteriores hizo que se respirará aire puro, y durante el ascenso pudimos ver alguna que otra serpiente. Las vistas desde lo alto te regalaban un paisaje lleno de verde, con la ciudad de Dalat a lo lejos, y una pequeña zona de invernaderos de flores: la caminata había merecido la pena.
Pero una vez arriba tocaba bajar, ¡y esta vez el tiempo jugaba en nuestra contra! Bajamos los empinados y embarrados escalones lo más rápido que pudimos, para después correr un camino de tierra que llevaba hasta el asfalto. Ahí corrimos cuesta abajo y sin frenos (Sergio es totalmente incapaz de frenar cuando corre cuesta abajo, si no encuentra un poco de llano), cogimos las motos y volando al hostal, donde nos esperaba una furgoneta (cada vez esto del open bus va bajando más de categoría) para llevarnos hasta Mui Ne, por unas carreteras en bastante mal estado, pero rodeadas de montes de pinos y valles a lo lejos, que hacen que el trayecto merezca la pena.
Así, dejamos atrás Dalat agradecidos con el trato recibido por los dueños del Hobbit hostel, sorprendidos por lo denso de sus bosques y su agradable temperatura. Un sitio muy recomendable para quien le guste perderse en la naturaleza, a pesar de lo turístico de algunas de sus cascadas y picos.
Al llegar encontramos hostal fácilmente dado que ya lo habíamos buscado por internet. Nos alojamos en una habitación compartida de seis camas, que no se llenó durante nuestra estancia, así que la tuvimos para nosotros solos. Los dueños nos dan la bienvenida y nos invitan a cenar esa noche. Además teníamos coffee y tea free y desayuno :) ¡Cómo nos conquistan con tan poco!
Por la tarde, pese a las advertencias de lluvia de la gente del hostal, decidimos salir a dar una vuelta. Dalat sin duda es diferente a las demás ciudades vietnamitas que hemos visitado. Entre montañas y con un clima no superior a los 25 grados, se encuentra esta antigua villa descubierta por los franceses y lugar de vacaciones de muchos de ellos durante el siglo XIX. Como resultado, el pasear por sus calles te hace recordar a cualquier villa francesa debido a la arquitectura típica de sus casas y lo bien cuidado que tienen las zonas verdes. ¡Además los precios de las cosas son iguales para turistas que para vietnamitas! Lo que da un respiro a nuestro apretado bolsillo.
Poco después de salir del hostal, llegó la lluvia. ¡Y de qué manera! Tuvimos que resguardarnos debajo de un puesto durante media hora hasta que amainó un poco. Sacamos el chubasquero y nos pusimos en busca de la Catedral de Dalat y la Crazy House. Ésta última se trata de un "hotel" abierto al público, diseñado por una arquitecto que trata de fusionar su trabajo con la vuelta a la naturaleza: edificios con animales gigantes, pasarelas aleatorias y caóticas que simulan ser troncos de árboles que cruzan hasta por encima de los tejados, telarañas, setas, cuevas... todo a lo grande y como salido de un cuento. Tras esta visita, nos dirigimos a la pagoda de Son Ly y al convento de monjas, y de vuelta al hostal.
La cena que nos tenían preparada consistía en rollitos de primavera que cada uno se tenía que ir haciendo mezclando muchos trozos de frutas frescas (mango, piña, plátano verde...), verduras, tofu y trozos de carne. Tuvimos el placer de conversar con la gente del hostal y demás huéspedes. El dueño acabó invitándonos a un par de cervezas mientras veíamos videos de Shakira (a la que el dueño adoraba) en youtube. Terminados los vídeos, cogimos la guitarra y nos pusimos a cantar unas cuantas canciones.
A la vuelta y dado que nos habían vuelto a avisar de que llovería por la tarde, algunos decidimos dar un paseo por el gran lago de Dalat (famoso por sus barcas con forma de cisne en las que se suben las parejas de enamorados; vamos, una ñoñada en toda regla), visitar el mercado y dar una vuelta por la ciudad hasta que se puso a llover. Cogimos unos bocatas y unos bollos de la bakery de al lado del hostal (riquísimos) y comimos en el hall del hostal. Por la noche aprovechamos que había parado de llover para visitar el mercado nocturno. Estaba a reventar de gente y de puestos de todo tipo.
El último día en Dalat lo pasamos subiendo la cima de la montaña más alta de los alrededores de la ciudad, la llamada Lang Bian Mountain. Los del hostal nos dejaron unas motos tiradas de precio (puesto que solo las íbamos a coger una mañana) y fuimos hasta el recinto. El sitio es muy turístico pero como todo el mundo sube en jeep y a un pico más accesible por carretera, durante nuestro trekking no encontramos casi a nadie. Al principio fuimos bosque a través (ya que no queríamos volver a caminar por la carretera) confiando en Elvira y su historial de scout. Fuimos subiendo poco a poco hasta que tras unos 40 min nos topamos con tres locales a los que decidimos seguir. Gracias a ellos encontramos un camino (marcado apenas con tres flechas blancas) que nos llevo hasta un letrero que ponía que nos faltaban 2,2 km para la cima. El primer kilómetro es un sendero sencillo, pero el último consiste en ir subiendo peldaños con gran pendiente, pasar por debajo o por encima de troncos y pringarse de barro. El bosque que te rodea mientras subes la cima junto con el clima y la lluvia de los días anteriores hizo que se respirará aire puro, y durante el ascenso pudimos ver alguna que otra serpiente. Las vistas desde lo alto te regalaban un paisaje lleno de verde, con la ciudad de Dalat a lo lejos, y una pequeña zona de invernaderos de flores: la caminata había merecido la pena.
Pero una vez arriba tocaba bajar, ¡y esta vez el tiempo jugaba en nuestra contra! Bajamos los empinados y embarrados escalones lo más rápido que pudimos, para después correr un camino de tierra que llevaba hasta el asfalto. Ahí corrimos cuesta abajo y sin frenos (Sergio es totalmente incapaz de frenar cuando corre cuesta abajo, si no encuentra un poco de llano), cogimos las motos y volando al hostal, donde nos esperaba una furgoneta (cada vez esto del open bus va bajando más de categoría) para llevarnos hasta Mui Ne, por unas carreteras en bastante mal estado, pero rodeadas de montes de pinos y valles a lo lejos, que hacen que el trayecto merezca la pena.
Así, dejamos atrás Dalat agradecidos con el trato recibido por los dueños del Hobbit hostel, sorprendidos por lo denso de sus bosques y su agradable temperatura. Un sitio muy recomendable para quien le guste perderse en la naturaleza, a pesar de lo turístico de algunas de sus cascadas y picos.
lunes, 3 de agosto de 2015
24 horas en Nha Trang
Y tras ese día extra dado a Hoi An, nos montamos en el autobús nocturno a media tarde, rumbo a la ciudad costera con más turismo tanto local como western. Llegamos de madrugada, y tras reservar rápidamente los billetes a Dalat para evitar retrasos y sustos, buscamos un hotel donde soltar las maletas, desayunar los plátanos que nos había dado la familia del hostel-homestay de Hoi An, y alquilar un par de motos para alejarnos del bullicio hacia Bai Dai, una playa que, según habíamos leído, comserva aún la magia de una playa virgen.
La primera parada la hacemos en las torres de Pho Nagar, otros restos de arquitectura Cham esta vez mejor conservados que los de My Son, pero mucho más pequeños y sin un entorno tan idílico. Allí, además de las cuatro torres, disfrutamos de un poco de baile tradicional dentro del recinto, con jarras de cerámica encima de la cabeza.
Tras esta parada más cultural, sí que sí, ¡rumbo a la playa! Para llegar callejeamos un poco por la locura de tráfico de la ciudad, para luego salir a la carretera en la que dividen los carriles para vehículos de cuatro ruedas, y motos y derivados. Por el camino atravesamos un pequeño puerto de montaña, muchísimos resorts (lo único que señalizan aquí los carteles), y cuando llegamos a la playa en cuestión, todo en obras. A la virginidad de Bai Dai le quedan dos días.
Aparcamos las motos entre dos resorts en plena construcción, hablamos con uno de los obreros que nos lo permite, y nos quedamos en lo que será una futura playa privada. A pesar de los escombros de las obras, y una importante cantidad de basura, el agua resulta ser absolutamente cristalina, arena fina y unas vistas al infinito con alguna que otra isla montañosa, y un sinfín de barcos de pescadores.
Tras disfrutar del agua fresca (¡al fin una playa de agua "fría"!), nos acercamos a la zona de chiringuitos para comer algo. Prohibitivo. En todos los puestos ofrecían una amplia carta de mariscos y pescado fresco (te llevaban a las piscinas donde los tenían para que te cercioraras de ello), a unos precios desorbitados. Así que decidimos ir a un restaurante más modesto a tomar unos noodles y arroz, acompañados de un peculiar camarero que por todo se reía.
Después un poquito más de playa y descanso, hasta que decidimos recogernos al hotel, para cenar tranquilamente en Nha Trang y pasear por el paseo marítimo. Allí, a eso de las 21:00, la calle se convierte en un gimnasio para vietnamitas, y alucinamos con la flexibilidad y aguante de algunas mujeres que ya sobrepasaban los 40.
Y luego, a dormir para nuestra próxima ciudad: la fresca Dalat.
La primera parada la hacemos en las torres de Pho Nagar, otros restos de arquitectura Cham esta vez mejor conservados que los de My Son, pero mucho más pequeños y sin un entorno tan idílico. Allí, además de las cuatro torres, disfrutamos de un poco de baile tradicional dentro del recinto, con jarras de cerámica encima de la cabeza.
Tras esta parada más cultural, sí que sí, ¡rumbo a la playa! Para llegar callejeamos un poco por la locura de tráfico de la ciudad, para luego salir a la carretera en la que dividen los carriles para vehículos de cuatro ruedas, y motos y derivados. Por el camino atravesamos un pequeño puerto de montaña, muchísimos resorts (lo único que señalizan aquí los carteles), y cuando llegamos a la playa en cuestión, todo en obras. A la virginidad de Bai Dai le quedan dos días.
Aparcamos las motos entre dos resorts en plena construcción, hablamos con uno de los obreros que nos lo permite, y nos quedamos en lo que será una futura playa privada. A pesar de los escombros de las obras, y una importante cantidad de basura, el agua resulta ser absolutamente cristalina, arena fina y unas vistas al infinito con alguna que otra isla montañosa, y un sinfín de barcos de pescadores.
Tras disfrutar del agua fresca (¡al fin una playa de agua "fría"!), nos acercamos a la zona de chiringuitos para comer algo. Prohibitivo. En todos los puestos ofrecían una amplia carta de mariscos y pescado fresco (te llevaban a las piscinas donde los tenían para que te cercioraras de ello), a unos precios desorbitados. Así que decidimos ir a un restaurante más modesto a tomar unos noodles y arroz, acompañados de un peculiar camarero que por todo se reía.
Después un poquito más de playa y descanso, hasta que decidimos recogernos al hotel, para cenar tranquilamente en Nha Trang y pasear por el paseo marítimo. Allí, a eso de las 21:00, la calle se convierte en un gimnasio para vietnamitas, y alucinamos con la flexibilidad y aguante de algunas mujeres que ya sobrepasaban los 40.
Y luego, a dormir para nuestra próxima ciudad: la fresca Dalat.
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