Nos despedimos de Pakse el martes, sin mucho madrugar, camino del mercado para pelear por un asiento en un sorngtaaou (quien sepa pronunciarlo que nos mande una nota de voz). Tras media hora regateando por un precio asequible, nos momtamos en uno que está a punto de partir dirección Ban Saphai.
Allí cogemos un motorboat que nos cruza el Mekong hacia la isla de Don Kho. Nada más llegar ya teníamos al encargado de la oficina de turismo ofreciéndonos un homestay, así que rumbo a la casa 10, donde nos encontramos a la familia con la que vamos a compartir el día de hoy. En la casa viven 6 personas: los padres y cuatro hijos, de los cuales sólo nos podíamos comunicar en inglés con el mayor. Después de instalarnos damos una vuelta por la isla, una isla pequeña de apenas 420 habitantes, que viven a base de la agricultura, la pesca, los telares de seda y el transporte en motorboat. De vuelta en la casa comemos algo casero, y el primo de la familia nos ofrece una clase de lao a orillas del Mekong, de la que sólo sacamos en claro los números y el "¿cómo te llamas?". Descifrar cualquiera de sus 26 letras del alfabeto es todo um reto. La clase termina con un chapuzón en el río y una visita por el templo de la isla.
Por la tarde, nos tiramos en la terraza e intercambios fotos con el hijo mayor, quien resulta ser un nadador profesional y aprovecha también para enseñarnos sus medallas. Tras esto nos invita a jugar una pachanga de fútbol, por supuesto, sin zapatillas, en los arrozales secos de detrás de las casas, con otros chavales de la isla. Unas porterías recién construidas con bambú, y un atardecer que tiñe de naranja los campos, con decenas de libélulas sobrevolándolos, que no se nos va a olvidar fácilmente, completan el ambiente del partido.
Al anochecer una ducha Lao-style (vamos, a cazos) y una deliciosa cena en familia. La noche termina con todos alrededor de la televisión viendo la telenovela laosiana de moda (menudo culebrón y menudas hostias), y a dormir al aire libre en el porche de la casa.
Ha sido un día cargado de experiencias nuevas que nos ayudan a comprender un poco mejor la cultura laosiana y que esperamos que nos sirvan para estas próximas semanas que nos quedan en el país, y para el resto de nuestras vidas.
A la mañana siguiente, más aventuras. Un café aún con el Sol saliendo, vuelta a cruzar el Mekong a Ban Saphai y debido a la dificultad de comunicación con el conductor del único sorngtaaou que allí había, decidimos hacer autostop para llegar ala estación de autobuses. La verdad que nos ha sorprendido lo fácil que ha resultado en un país donde el transporte es tan problemático (¿la suerte del principiante?). El simpático laosiano, que tampoco entendía una palabra de inglés, nos deja en la estación Norte de autobuses donde, justo en el momento en que se estaba yendo, cogemos el autobús local a Thakek, en el que 8 horas después aún seguimos metidos.
El autobús cuenta con 4 ventiladores de los cuales sólo uno funciona, por lo que las ventanas van abiertas de par en par (así como la misma puerta de entrada), lo que crea unas corrientes de aire que mueven los visillos con estampado hortera. Para colmo nos acompañan unos 500 kg de lechuga en la parte de atrás y unos pollitos que no hacen más que piar. Cada media hora para en un lado de la carretera, tiempo durante el cual suben muchas mujeres vendiendo comida y bebida que recuerda mucho a los trenes de la India.
Esperamos llegar pronto a nuestro destino para poder estirar las piernas y haceros llegar estas líneas.
P.D.: En la estación de Thakhaek nos ha recogido otro hombre bonachón (este sí chapurreaba inglés e incluso francés), que nos ha llevado hasta la mismísima puerta del hostal que le hemos dicho. ¡Esto ya va tomando otro color!
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