Una de las cosas que queríamos hacer en este viaje era probar suerte haciendo autostop en un recorrido largo. Así, como nos quedaban tres días hasta cruzar la frontera, decidimos hacer el trayecto de Nong Khiaw a Sam Neua a dedo (bueno, aquí el gesto es como abanicando al suelo con la mano). Nuestra meta estaba a 330 km.
Empezamos sobre las 10, que es la hora a la que llegamos a la ciudad, y nos fuimos a la salida de ésta, donde comienza la carretera. Encontramos un buen lugar en una recta, con sombra, y como máximo inconveniente teníamos el que era una carretera muy poco transitada, estrecha, con muchas curvas y algo mal asfaltada. Pero bueno, que no decaiga el ánimo. Costó arrancar, porque los pocos coches que pasaban iban a un campeonato de petanca justo al lado de donde estábamos; pero a los 40 minutos ya estábamos en la parte de atrás de una camioneta, junto con un laosiano con el que no hacemos otra cosa que intercambiar sonrisas, pues es nuestra única forma de comunicación.
La camioneta iba hasta Viang Kham, donde parece ser que habían avisado de que les acompañaban unos falang (extranjeros), y nos llevamos una grata sorpresa al descubrir que en su mesa había sitio para dos más. La rica comida laosiana consitía en arroz, un guiso bastante picante, huevos revueltos, pepino, piña y alguna que otra verdura sin filiar. Comimos todos los hombres en círculo, hablando sobre la cultura Hmong, sobre España, y un poco hasta lo que el inglés del único hombre que lo hablaba dio de sí. Después de comer nos acercaron a la estación de autobuses, pero allí fue imposible hacerse entender y saber hacia dónde y a qué hora salían los diferentes autobuses. Así que nos fuimos al final del pueblo a esperar un nuevo transporte.
Esta vez la espera fue más dura, ya que apenas pasaban coches (¿uno cada veinte minutos?), y la barrera del idioma se notaba más, pues esta zona apenas es turística: los carteles sólo están en lao, y casi nadie chapurrea inglés. Aún así logramos subirnos a otra camioneta, repleta de armarios y de rollos alambres de espino. Para más cachondeo, a los 15 km hacen una parada para comprar un pequeño cerdo, que nos suben al lado como compañero de viaje. Este trayecto fue de lo más agotador por el poco espacio que teníamos atrás, la cercanía del alambre de espino, la carretera y porque, para colmo y desgracia nuestra, el pobre animal se meó. Los que sepan cómo huele la orina de cerdo nos entenderán mejor. Pero en fin, llegamos sanos y salvos hasta Viangthong. Al llegar el conductor intentó pedirnos dinero, aunque de antemano le habíamos dicho que no teníamo. Fue una despedida brusca, pero tampoco insistió en cuanto le recordamos que no.
Como ya estaba aterdeciendo y estábamos agotados, decidimos buscar un sitio donde dormir, cenar y reponer fuerzas. Y a las 6:30 del día siguiente, volvíamos a la carga. Nos acercamos a la estación de autobuses, y vemos que sale uno a Sam Neua a las 7:30, pero no queremos cogerlo, sería un fracaso. Así que nos marcamos un nuevo reto: llegar antes que el autobús.
Aunque pasan pocos coches, no tardamos en montarnos en una pickup que nos lleva a Phou Lao, a un ritmo bastante alegre, así que en hora y media allí estamos. No tardamos más de 20 minutos en coger una furgontea con dirección Sam Neua (¡no nos creemos la suerte que estamos teniendo!). En la furgoneta iba una familia con tres hijos, una de las cuales no hacía más que utilizar bolsitas para vomitar, y luego las lanzaba por la ventanilla. Cuando llevábamos unos 40 km, y a pesar de que al coger la furgoneta repetimos hasta la saciedad "No money" (gestos incluídos), se detiene para recoger a un pasajero y nos pide 50.000 kips por cabeza. Como ve que no nos entendemos, incluso llama por teléfono a alguien para que le traduzca. Dado el malentendido nos bajamos de la furgoneta en un pueblo que ni aparece en nuestros mapas. Nuestro gozo en un pozo.
Durante una hora y media no hicimos más que ver pasar coches en sentido contrario (de lo más desmoralizante cuando haces autostop en estas carreteras), y de los pocos que pasaron no paraba ninguno, hasta que conseguimos montarnos en otra pickup que iba a escasos 20 km. Pero bueno, avanzar avanzábamos algo, y nos dejó en el único restaurante de la carretera, junto a unas cascadas, donde paraban bastantes coches a comer.
Durante la espera vimos pasar el autobús, y pensamos que habíamos perdido esa batalla. Mientras creíamos que íbamos a coger alguno de esos coche, tras su parada técnica, apareció un coche que olía a nuevísimo, en el que iban dos hombres con mucha marcha, viendo videoclips de música laosiana, con karaoke incluído, ¡e iban a Sam Neua! Así que nos subimos, esta vez en asiento blando, disfrutando del aire acondicionado, de la música y, sobre todo, de cómo adelantamos al autobús. ¡Ganamos!
Los hombres nos dejaron en la única manzana plagada de Guest House, así que nos alojamos en una, y a descansar, que esta ciudad, salvo el mercado de alimentos, tiene poco que ver.
Esta aventura, así contada, puede parecer fácil y divertida, y lo es, pero también tiene momentos desmoralizantes de tiempos muertos al sol (el que pase un solo coche en media hora y que ni siquiera pare...). Aún así nos ha merecido la pena dedicarle estos dos días al autostop, viajando al aire libre con paisajes de 180°, conociendo un poco la hospitalidad de la gente más humilde, y teniendo muchos momentos de reflexión personal. Recomendable sin lugar a dudas, y una buena forma de despedirnos de Laos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario