domingo, 5 de julio de 2015

¡Ojú qué caló!

Y para los que pensasen que no habíamos sobrevivido al autobús descrito Pakse-Thakhek, aquí estamos de nuevo. Ya incluso en Vientiane, pero eso es una historia que dejaremos para más adelante.

La última vez nos despedimos contándoos cómo llegamos al hostal en el autostop del señor bonachón. Nos instalamos, y a patear la ciudad en busca de algún sitio de alquiler de bicicletas para el día siguiente, lo cual nos cuesta algo más de lo esperado, pero tras ir calle arriba, calle abajo, las emcontramos. Así nos despedimos del día con otra merecida cena con Beer Lao, y a por el día siguiente. 

La aventura en bicicleta comienza saliendo de la ciudad, y cogiendo la carretera 12 para tres kilómetros después girar hacia un camino de tierra. El calor empieza a ser inhumano, pero los paisajes merecen la pena: tierras de arrozales, repletas de árboles entre ellas, y al fondo, mires donde mires, montañas escarpadas cubiertas de verde. Tras otros tantos kiletros, con paraditas para hidratarse, llegamos a la Cueva de los Budas, de la cual nos esperábamos algo más y nos dejo un regusto amargo (tal vez después de la peregrinación creíamos merecernos algo más). Pero bueno, los paisajes lo merecen, ¡pero qué verde!


La vuelta fue dura, MUY dura. Y eso que a mitad del camino paramos para refrescarnos en un riachuelo que nos revivió un poco. Pero conseguimos llegar de vuelta a Thakhek, donde nos duchamos y repusimos todo el líquido perdido (porque sudamos como pollos y nos quemamos como tomates). Y después de la hipomatremia que nos causó tanto líquido (perdonad la frikada mídica) nos fuimos a degustar la que es sin duda la mejor comida hasta el momento, a pesar de que fuera bastante carilla.


A la mañana siguiente madrugamos, y mientras hacíamos autostop para ir a la estación, un hombre que nos había preguntado previamente a dónde íbamos, aparece con su tuk-tuk y se ofrece a llevarnos gratuitamente (otro "such a good man"). El autobús a Vientiane (por el mismo precio que el anterior), resulta tener aire acondicionado, va al doble de velocidad, y a pesar de que la decoración parece la del baño de un restaurante chino, los asientos son cómodos y espaciosos.

Una vez llegamos a la estación de la capital de Laos, a 9 km del centro de la ciudad, ¿qué íbamos a hacer? Efectivamente, más autostop. Esta vez nos recoge el director de una pequeña agencia de turismo, con inglés exquisito y dos móviles del trabajo que no dejan de sonar, que nos deja cerca de la zona de hostales y nos ofrece precio de amigo en nuestra próxima etapa del viaje. 


Y ahora tres días en Vientiane, haciéndonos ya con el país.


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