Salimos a comer y en nuestro paseo por la ciudad nos encontramos con unas carpas llenas de mesas que cortaban la calle. Un puñao de laosianos algo ebrios, música en directo y un poco de baile completaban la estampa. Sólo hacen falta 5 segundos mirando la escena para que unas mujeres nos ofrezcan unas Beer Lao, y unos hombres nos inviten a sentarnos. Charlamos un poco con ellos, y resultó ser una fiesta de apertura de una casa (aquí se lo montan por todo lo grande). No es la primera vez que vemos algo parecido, y no sabíamos cuál era la razón hasta ahora. Mientras hablamos con ellos se acerca mucha gente, asombrados por nuestras barbas y para practicar un poco su inglés. Es difícil terminar el vaso de cerveza porque enseguida te lo rellenan (eso sí, con hielo, que es como se toma aquí). Menos mal que entre los hombres se encontraba un joven maestro, muy agradable y con buen inglés, que nos iba explicando un poco las cosas, y hacía las veces de traductor. Tras una hora y media de compañía y algún que otro baile, nos despedimos.
A la mañana siguiente cogemos un barco hacia la aldea de Muong Ngoy Neua, una hora y media, río arriba, hacia el norte. Por el camino nos deslumbran más paisajes, y estampas cotidianas de los pueblos a orillas del Nam Ou. Al llegar un hombre nos asalta en el muelle, ofreciéndonos habitación en su Guest House: un bungalow con vistas (y una cama de sobra, quien quiera que se anime) por menos de 2€. Aquí el ritmo de vida no tiene nada que ver con las ciudades que habíamos visitado de Laos: o te dedicas al sector de hostelería, o te dedicas a la agricultura y ganadería.
Una vez allí, y tras una buena comida, nos calzamos las zapatillas y ¡a caminar! Vamos siguiendo la carretera (así lo llaman, pero es un camino de tierra), hasta un poblado llamado Ban Na, con parada en la cueva de Tham Kang (lo siento, mamá Maite, pero esta vez me he sentido explorador y me he metido hasta el fondo). Ban Na ha resultado ser un puñado de casas de mimbre, a ambos lados del camino, llena de vida, que recuerda vagamente a algún poblado del sur de Camerún.
A la vuelta el calor acecha y el agua escasea, así que paramos a coger unos plátanos y una papaya, que resultan estar muy inmaduros y no pueden ni comerse. Así que los guardamos a esperas de que amarillen un poco. Llegamos a nuestro bungalow y nos tumbamos en la hamaca a contemplar el atardecer.
Cenita rica a orillas del río, y a descansar que mañana nos tica vivir una buena aventura. Pero eso lo contaremos más adelante.
Holaaa
ResponderEliminarQue de aventuras, que estupendo camino y encuentros con la gente!!!
Entrar en cuevas y salir también..., recorrer caminos...compartir... disfrutar
Seguimos vuestro blog y nos encanta saber que estáis tan bien.
Besos y u superabrazo!!!