martes, 28 de julio de 2015

¡Bienvenida a la playa!

Llegamos a Hué, antigua capital imperial de Vietnam, a las 8 de la mañana tras haber dormido en el bus y haber contemplado un amanecer espectacular que teñía de naranja todo el horizonte.
Nos dirigimos a la zona de hostales y tras ver algunos nos decidimos por el Trang Ly a 4 dólares la noche y con alquiler de motos. Desayunamos en el hostal y pillamos un par de motos para visitar Hué y sus alrededores.



Nuestra primera parada es la tumba de Tu Duc que nos deja bastante frios. El complejo esta muy deteriorado y hay obras por todas partes. La visita se hace incomoda con tantos andamios y las altas temperaturas. Vamos, que no vale lo que cuesta.
Debido al calor, volvemos al hostal a refrescarnos, cogemos los bañadores y tomamos rumbo a la playa.

Una vez llegamos a la zona costera, hacemos parada para comer en un puesto callejero y continuamos el trayecto dejando atrás la zona turística y siguiendo el camino de tierra por los pueblos de pescaderos de la zona hasta que se acaba y damos con una playa deshabitada con la excepción de una decena de barcas de pescadores.



Aparcamos las motos y al agua. En uno de esos baños se nos acerca un pescador y decidimos subirnos a su barca en la cual nos explica como pesca y el tamaño de los peces que ha pescado ese día. Más tarde nos tomamos unas cervezas en el primer puesto que vimos y contemplamos el atardecer.
De vuelta al hostal tras sobrevivir al tráfico nocturno de Hué nos duchamos y quedamos para cenar con Ana, una compañera de clase de Medicina que también esta visitando Vietnam y, casualidades de la vida, también se encontraba en Hué con un amigo. La cena fue muy entrañable compartiendo historias de viaje y aventuras y ademas el dueño del restaurante nos regaló una postal a cada uno.

Al día siguiente visitamos la Ciudadela y la Ciudad Imperial; esta última muy castigada por la guerra. De sus decenas de edificios apenas se conservan intactos seis o siete, y el resto están en proceso de reconstrucción. Es curioso ver cómo ha cambiado, pues en el recinto tienen incontables fotos de la época imperial, de la guerra y la actualidad. Un buen sitio donde perderse y fantasear con la grandiosidad que tuvieron que contener estos muros durante años. Lo más llamativo, un campo de tenis "imperial", cortesía del último emperador y de su gusto por lo occidental.



Tras esta visita volvemos al hotal donde, tras una hora de espera, nos meten en un taxi y nos llevan a la estación de buses. Allí no vemos ningún bus de la compañía con la que tenemos contratado el circuito asi que tras discutir con el taxista, el dueño del hostal y el conductor nos metemos en el bus (ya que no nos queda otra) con dirección a Hoi An.
El viaje dura unas cinco horas durante las cuales nos amenizan con videos horteras y gritos vietnamitas por la televisión, que ellos denominan videoclips de música vietnamita.

¡A descubrir Hoi An!

domingo, 26 de julio de 2015

Y al fin, ¡motos!

Y tras tanto paisaje de arrozales, vuelta a la alocada Hanoi nada más y nada menos que a las 3:30 de la mañana. Decidimos acercarnos al lago y hacer allí tiempo viendo cómo amanece la ciudad, reaparecen las motos y las calles se van llenando de personas haciendo sus curiosos ejercicios matutinos. Entonces decidimos poner rumbo al mausoleo de Ho Chin Minh. Encontrarlo es tarea fácil; ahora bien, encontrar la entrada nos cuesta lo suyo, yendo de una puerta a otra según nos van diciendo los distintos guardias. Así, a las 7:30, y tras una buena cola amenizada por vídeos de cantantes líricos homenajeando al grande de su país, nos acercamos a la puerta del mausoleo. De dentro sale un aire gélido, y en cada esquina se deja ver un guardia estrictamemte formado y con un uniforme impolutamente blanco. Cuando accedemos al recinto (sin cámaras, sin mochilas, y sin osar pararnos más de la cuenta), somos testigos del sobrecogedor y a la vez macabro espectáculo: el viejo militar descansa arropado con una manta a la altura del pecho, en una enorme urna de cristal, madera y metales preciosos, la luz tenue, la habitación de colores oscuros y un guardia en cada una de las esquinas del sepulcro. Treinta o cuarenta segundos después, ya estábamos fuera.



Tras ello, directos a la estación de Giap Bat a coger un autobús local a Ninh Binh. La ciudad en sí no tiene nada que ver, y es bastante fría, pero es un sitio estratégico para hacer distintas excursiones. Así que como sólo tenemos una noche allí decidimos buscar rápido un sitio donde alojarnos y alquilar un par de motos para esa tarde y la mañana siguiente. Además aprovechamos para comprar lo que llaman "Open Bus", un billete de autobús por trayectos que puedes decidir cuándo hacer. Implica perder en aventuras de transporte y compañías curiosas, y ganar en comodidad (nos vienen a buscar a la puerta) y ahorro.



La primera parada que hacemos con las motos es Tam Coc, la llamada bahía de Halong de interior, y con razón. Cientos de montañas se alzan solitarias rodeadas de arrozales, y en algunos puntos surcadas por algún pequeño río. El típico paseo en barca por la zona, con visita de cuevas, se nos va de presupuesto, así que decidimos explorar un poco la zona y llegamos a la Mua Cave, que de cueva no tiene nada. Nos ponemos a subir los cientos de escalones de casi 40 cm cada uno, hasta llegar a lo alto de una montaña: las vistas son inmejorables. Montañas en el horizonte, barquitas en el río, niños bañándose entre nenúfares, arrozales que se extienden hasta donde abarca la vista y, al fondo, la ciudad. Además en los picos vecinos se alzan pequeñas pagodas, y hasta el perfil de un dragón chino se vislumbra en una de ellas. Tras dejarnos maravillar por estos paisajes descendemos de nuevo, y seguimos perdiéndonos entre las montañas y arrozales, primero a pie, y luego un poco a moto, lo que nos lleva a un templo y a algún que otro cementerio.



Al día siguiente desayunamos en un café en el que ya empezábamos a ser habituales en sólo día y medio, y nos pusimos sobre ruedas a buscar Hoa Lu, la antigua capital de Vietnam allá por el siglo X. Tras unas cuantas vueltas, preguntas a distintos locales, y búsquedas en mapas fallidas, decidimos darnos por vencidos y seguimos recto por la carretera hasta Bai Dinh, el mayor complejo de templos budistas de todo Vietnam. Tras pasarnos también la entrada, pero esta vez teniendo localizado el sitio por lo enorme de su pagoda, la mujer de un bar nos insta a aparcar allí, y nos enseña un camino para entrar. ¿Hasta qué punto nos colamos, guiados por esta mujer? Es una buena pregunta de la cual no tenemos clara la respuesta.



Bai Dinh resulta ser un monumental complejo de apenas 15 años de  antigüedad, y la mayor agrupación de eststuas de Buda que os podáis imaginar. Todas las paredes de sus templos están repletas de pequeñas figuritas, y los corredores laterales que discurren a lo largo de la colina conectando los distintos patios, también. La pagoda, como hemos dicho, es monumental.



Se acerca la hora de devolver las motos, así que ponemos rumbo a Ninh Binh y... ¡Oh, no! En plena recta una de las motos deja de acelerar y va parándose hasta que el motor se para. Imposible arrancarla de nuevo. Tras varios intentos y haber parado a un motorista que tampoco nos prestó mucha ayuda, Nacho y Elvira se van a buscar ayuda (literalmente, llegan a una casa y en el traductor del móvil ponen "HELP!"). Así que allá van Lucas y Sergio empujando la moto. El hombre de la casa la intenta arrancar un par de veces, sin éxito, y lo ve clarísimo. Coge un destornillador, desmonta unas piezas y ¡eureka! un manguito totalmente suelto. Lo encaja como si nada y ¡volvemos a tener moto! El susto que podía haber significado pagarle una millonada al mafioso del hotel que nos había alquilado las motos, se queda en una experiencia más que contar y un eterno agradecimiento y pago simbólico al buenhombre.



Antes de que nada más ocurra nos vamos hacia el hostal, devolvemos las motos, nos duchamos, hacemos las maletas, y hacemos tiempo en nuestro café preferido. Y para cenar ¡¡¡bocata de salchichón!!! Gracias Elvira, gracias. Tras ello, a esperar el autobús, y a dormir en él hasta las 7 de la mañana que amaneceremos en Hue, antigua capital imperial del país.

sábado, 25 de julio de 2015

¡Que nos lo den todo hecho!

Así es, sucumbimos a los tours para los cuatro días siguientes en Vietnam. No somos nada partidarios de estos tours y de su filosofía con respecto al turismo, pero en algunos casos como en Halong Bay vimos muy difícil el visitarlo si no es de la mano de estos tours.

La primera mañana desayunamos un riquísimo desayuno en el Winter Hostel, nos despedimos del Sr. Dong y cogimos un par de plátanos para el viaje. Nos vinieron a recoger al hotel y un minibus nos llevó al puerto de la Bahía de Halong. Durante el viaje en el minibus, conocimos a Quy, el que iba a ser nuestro guía durante estos dos días en Halong Bay. Empezó presentándose y luego nos hizo hablar y presentarnos cada grupo. En la presentación, conocimos a un matrimonio uruguayo con el que nos pusimos a hablar durante el viaje (el idioma es lo que tiene).

Al llegar a Halong, miles y miles de turistas abarrotaban el puerto a la espera de su barco. Esperamos unos minutos hasta que embarcamos en un pequeño barco que nos llevaría hasta el crucero en el que haríamos noche. Nada más embarcar, nos sirvieron la comida. Mientras comíamos, el barco puso rumbo a las islas de Halong. Comimos junto con los uruguayos y tuvimos una placentera sobremesa hasta que nos interrumpió Quy (en Vietnam al parecer no saben lo que es una buena sobremesa) para unirnos a los demás y explicarnos el horario de estos dos días.



Por la tarde, visitamos una gigantesca cueva (cada tour te dice que la suya "es la cueva más bonita y más grande de toda la bahía) y disfrutamos del paseo a su través mientras Quy nos explicaba un poco cada parte. La multitud de turistas y esas luces más propias de cualquier bar de carretera que de una cueva, no nos gustaron mucho, pero reconocemos que la cueva era bonita. Tras esto, disfrutamos de un paseo en barco de lo mas relajante en el que a medida que nos íbamos adentrando en la bahía, las islas que se veían a lo lejos entre la niebla, iban tomando forma y pudimos contemplar el bellísimo paisaje que nos envolvía.



Una vez echada el ancla, ¡¡al agua!! Nos dimos un par de baños y saltamos desde las diferentes terrazas del barco. El agua, aunque un poco caliente, nos vino de maravilla. Más tarde una ducha en el camarote y a cenar. Después de la cena (esta vez, nos juntamos con una pareja de jovenes holandeses), disfrutamos de una "Happy hour" con cerveza gratis y despedimos el día en la cubierta hablando con los uruguayos.

¡Qué bien dormimos! Las camas eran comodísimas, pero no podíamos perdernos la clase de Taichi que tenía preparada Quy por la mañana, así que madrugamos para la clase, y después a desayunar. Más tarde, un poco de kayak por las aguas tranquilas de la bahía visitando alguna casa de pescadores y acercándonos a la orilla de alguna de las 1900 islas que forman esta bahía. Más tarde, ducha, a recoger todo y mientras elevábamos el ancla, tuvimos nuestra primera "cooking class" del viaje que consistía en hacer unos rollitos de primavera. Véase la gran dificultad del asunto que hasta Nacho pudo hacerlo. 



Justo antes de llegar al barco, disfutamos de la última comida en el barco. Lo mejor del tour son las vistas, la cama y la comida (a pesar de que las bebidas no están incluidas en el pastizal que pagas por el tour).

De vuelta a Hanoi, Quy nos explico mucho mas acerca de la cultura, la sociedad y la política vietnamita. Se centró sobre todo en la Guerra de Vietnam y en cómo funciona el estado comunista actualmente. Una charla realmente interesante.

Al llegar a Hanoi, volvimos al Winter Hostel y a sus Bananas-Coffee-Tea Free! y mientras esperábamos al bus nocturno a Sapa, nos duchamos y nos fuimos a cenar unos bocatas a un puesto callejero cerca del hostal. Finalmente, nos recogieron y nos llevaron al bus. 

Llegamos a Sapa a las 5.00 am y menos mal que el conductor nos dejó dormir media hora más antes de despertarnos para que saliéramos del bus. La verdad es que no descansamos mucho entre el cajetín de cama en el que te meten y alguna que otra francesa alterada, el sueño fue a trompicones. 


Al salir del bus dimos por primera vez utilidad a la sudadera y nos dirigimos al hotel. Como era tal la cantidad de turistas que llegaban en buses nocturnos, tuvimos que andar hasta el hotel puesto que no había taxis suficientes para todos. Al llegar al hotel, dejamos las mochilas y nos dieron de desayunar. 

Tres horas después localizamos a nuestra guía mhong (habitante de una de las aldeas que pertenecen a Sapa) llamada Thung y nos reunimos todos los que íbamos a ir en su grupo. Adivinad, la alterada french, de entre los 10 grupos posibles, estaba en el nuestro, ¡menuda suerte!



¡Hora del trekking! Un séquito de niñas mhong nos acompañará durante todo el camino, haciendo preguntas y ayudando a los no tan ágiles. El treking no fue difícil, lo que fue es muy embarrado. La noche anterior había pasado el monzón por la región de Sapa y estaba todo el camino lleno de barro, lo que hacía sin duda el trayecto mucho mas divertido. El paisaje de Sapa es alucinante. Por mucha foto que hayas visto antes, las miles de terrazas de arroz esparcidas por la ladera de las montañas no dejan de impresionarte.



Tras varias caídas (ajenas), risas y fotos, hacemos parada en Lao Chai para comer (bebidas no incluidas, como siempre). Después seguimos caminando y hacemos una nueva parada para que Thung nos cuente sobre la cultura mhong, y de cómo se abrasan la frente con el mero fin de quitarse el dolor de cabeza. Un poquito más de camino entre areozales y llegamos al "homestay": nótesen las comillas, porque resultó ser una casa enorme, en cuyo piso de arriba íbamos a dormir 22 occdientales, mientras que la familia se limitaría a prepararnos la comida, sin tener ningún tipo de contacto con ellos. Ni punto de comparación con Don Kho. Como de todo se puede sacar algo positivo, allí conocimos a tres españolas muy simpáticas, maestras, que andaban viajando por Asia durante sus vacaciones.

Al día siguiente desayuno en grupo, preparado por la familia, y un treking mucho más ligero que el día previo, que nos llevó hasta una cascada y un río en el que pudimos darnos un chapuzón refrescante. Después comimos, y un autobús nos llevó de vuelta a al mismo hotel en el que habíamos desayunado el día previo. Así, pasamos el resto del día en el pueblo de Sapa, y nos despedimos todo el geupo del homestay con unas cervezas, antes de coger el sleeper bus a Hanoi.



Estos cuatro días de "todo hecho" con los tours, nos hacen reflexionar sobre la masificación del turismo, que es capaz de hacer que ciertos paisajes pierdan parte de su magia y encanto, o que hagan sumamente artificial y poco íntimo el hecho de dormir en casa de un local, conociendo su cultura y forma de vida. Nos ha resultado una forma fácil de conocer estas regiones, aunque ha quedado demostrado que no es la forma de turismo que más nos gusta. 

 

jueves, 23 de julio de 2015

Nos encontramos en Hanoi

Tras un día para cruzar la frontera, pasar la noche en Thanh Hoa (tarea nada fácil), nos vamos a Hanoi en un bus local. Al llegar a la estación decidimos coger un autobús de línea para llegar al hostal, donde nos encontraríamos con Elvira y Lucas, que nos dejó prácticamente al lado y por tan solo 7000 dongs. El camino al hostal lo hicimos entre cientos de puestos de comida, venta de frutas y verduras, pescado, ranas... hasta llegar al pequeño y acogedor "Winter hostel". Allí nos reciben el señor Dong y su mujer embarazadísima (mientras escribimos esto esperamos que ya tenga a su nuevo niño en brazos), con lo que suponemos era zumo de caña de azúcar, y un free bananas, ¡and free tea and coffee! Tras dos días de autostop y uno de frontera, esto nos pareció el paraiso.



Tras instalarnos en nuestra habitación (¡con aire acondicionado!) y refrescarnos, sacamos toda la ropa de las mochilas y se la dimos al servicio de lavandería del hostal. Salimos a dar una vuelta de reconocimiento por Hanoi y probamos la primera comida vietnamita, y como en la mayoría de sitios aquí, en la calle. Cuando nos adentramos en el corazón de la ciudad nos recibe una marea de personas y sobre todo de motos en todas direcciones. Teniendo en cuenta que veníamos de Laos, donde la población de todo el país es casi menor que la de la capital vietnamita, el choque fue más brusco. ¡Menuda locura! Una ciudad que desprende vida por todas sus calles.



Después de dar una vuelta por el centro, volvemos para dar noticias de vida vía Skype, y tras una espera que se nos hizo más larga por la emoción, ¡llegaron! Obviamente les recibimos como merecían, cenando un puesto de comida callejero.


Al día siguiente, tras más de una hora de regateo con el Sr. Dong, contratamos dos tours para visitar la bahía de Halong y Sapa, que ya os contaremos más adelante. ¡Y a patear la ciudad! Empezamos rodeando el Hoan Kiem lake, en el que no logramos ver a ninguna tortuga de 200 kg en torno al templo que hay en su centro. De ahí caminamos hacia el templo de la literatura, primera universidad de Vietnam, fundada en el siglo XI, en el que ya se deja ver la influencia china dejando de lado el budismo de Laos, e incluyendo elementos taoistas y confucionistas. Después vuelta al hostal a refugiarse del calor, hasta las cinco que salimos a visitar la catedral de Hanoi (nada del otro mundo, pero es curioso el choque que causa una inglesia neogótica en tanta maraña oriental). Y tras ello, ¡al teatro de marionetas acuáticas! 



El espectáculo consiste en 15 pequeñas escenas que representan la tradición clásica del país (la pesca, la danza del dragón, los animales sagrados, etc), mediante marionetas que se encuentran sobre un escenario de agua. Todo ello acompañado por música y cantos tradicionales en directo. Muy entrañable.



Tras ello, cenita por las calles del barrio antiguo, y a la cama, que al día siguiente nos recogen temprano para ir a Halong.

Lo cierto es que el primer contacto con Vietnam nos ha sorprendido muy positivamente, siendo Hanoi una ciudad que no tiene tanto que ver, como cosas que vivir. Nos quedamos con el ajetreo de sus puestos callejeros, y la locura de su tráfico y la aventura que supone cruzar una calle. Hasta dentro de un par de días, Hanoi.


jueves, 16 de julio de 2015

Última aventura por Laos

Una de las cosas que queríamos hacer en este viaje era probar suerte haciendo autostop en un recorrido largo. Así, como nos quedaban tres días hasta cruzar la frontera, decidimos hacer el trayecto de Nong Khiaw a Sam Neua a dedo (bueno, aquí el gesto es como abanicando al suelo con la mano). Nuestra meta estaba a 330 km.

Empezamos sobre las 10, que es la hora a la que llegamos a la ciudad, y nos fuimos a la salida de ésta, donde comienza la carretera. Encontramos un buen lugar en una recta, con sombra, y como máximo inconveniente teníamos el que era una carretera muy poco transitada, estrecha, con muchas curvas y algo mal asfaltada. Pero bueno, que no decaiga el ánimo. Costó arrancar, porque los pocos coches que pasaban iban a un campeonato de petanca justo al lado de donde estábamos; pero a los 40 minutos ya estábamos en la parte de atrás de una camioneta, junto con un laosiano con el que no hacemos otra cosa que intercambiar sonrisas, pues es nuestra única forma de comunicación.

La camioneta iba hasta Viang Kham, donde parece ser que habían avisado de que les acompañaban unos falang (extranjeros), y nos llevamos una grata sorpresa al descubrir que en su mesa había sitio para dos más. La rica comida laosiana consitía en arroz, un guiso bastante picante, huevos revueltos, pepino, piña y alguna que otra verdura sin filiar. Comimos todos los hombres en círculo, hablando sobre la cultura Hmong, sobre España, y un poco hasta lo que el inglés del único hombre que lo hablaba dio de sí. Después de comer nos acercaron a la estación de autobuses, pero allí fue imposible hacerse entender y saber hacia dónde y a qué hora salían los diferentes autobuses. Así que nos fuimos al final del pueblo a esperar un nuevo transporte.

Esta vez la espera fue más dura, ya que apenas pasaban coches (¿uno cada veinte minutos?), y la barrera del idioma se notaba más, pues esta zona apenas es turística: los carteles sólo están en lao, y casi nadie chapurrea inglés. Aún así logramos subirnos a otra camioneta, repleta de armarios y de rollos alambres de espino. Para más cachondeo, a los 15 km hacen una parada para comprar un pequeño cerdo, que nos suben al lado como compañero de viaje. Este trayecto fue de lo más agotador por el poco espacio que teníamos atrás, la cercanía del alambre de espino, la carretera y porque, para colmo y desgracia nuestra, el pobre animal se meó. Los que sepan cómo huele la orina de cerdo nos entenderán mejor. Pero en fin, llegamos sanos y salvos hasta Viangthong. Al llegar el conductor intentó pedirnos dinero, aunque de antemano le habíamos dicho que no teníamo. Fue una despedida brusca, pero tampoco insistió en cuanto le recordamos que no.



Como ya estaba aterdeciendo y estábamos agotados, decidimos buscar un sitio donde dormir, cenar y reponer fuerzas. Y a las 6:30 del día siguiente, volvíamos a la carga. Nos acercamos a la estación de autobuses, y vemos que sale uno a Sam Neua a las 7:30, pero no queremos cogerlo, sería un fracaso. Así que nos marcamos un nuevo reto: llegar antes que el autobús.



Aunque pasan pocos coches, no tardamos en montarnos en una pickup que nos lleva a Phou Lao, a un ritmo bastante alegre, así que en hora y media allí estamos. No tardamos más de 20 minutos en coger una furgontea con dirección Sam Neua (¡no nos creemos la suerte que estamos teniendo!). En la furgoneta iba una familia con tres hijos, una de las cuales no hacía más que utilizar bolsitas para vomitar, y luego las lanzaba por la ventanilla. Cuando llevábamos unos 40 km, y a pesar de que al coger la furgoneta repetimos hasta la saciedad "No money" (gestos incluídos), se detiene para recoger a un pasajero y nos pide 50.000 kips por cabeza. Como ve que no nos entendemos, incluso llama por teléfono a alguien para que le traduzca. Dado el malentendido nos bajamos de la furgoneta en un pueblo que ni aparece en nuestros mapas. Nuestro gozo en un pozo.

Durante una hora y media no hicimos más que ver pasar coches en sentido contrario (de lo más desmoralizante cuando haces autostop en estas carreteras), y de los pocos que pasaron no paraba ninguno, hasta que conseguimos montarnos en otra pickup que iba a escasos 20 km. Pero bueno, avanzar avanzábamos algo, y nos dejó en el único restaurante de la carretera, junto a unas cascadas, donde paraban bastantes coches a comer.

Durante la espera vimos pasar el autobús, y pensamos que habíamos perdido esa batalla. Mientras creíamos que íbamos a coger alguno de esos coche, tras su parada técnica, apareció un coche que olía a nuevísimo, en el que iban dos hombres con mucha marcha, viendo videoclips de música laosiana, con karaoke incluído, ¡e iban a Sam Neua! Así que nos subimos, esta vez en asiento blando, disfrutando del aire acondicionado, de la música y, sobre todo, de cómo adelantamos al autobús. ¡Ganamos!

Los hombres nos dejaron en la única manzana plagada de Guest House, así que nos alojamos en una, y a descansar, que esta ciudad, salvo el mercado de alimentos, tiene poco que ver.



Esta aventura, así contada, puede parecer fácil y divertida, y lo es, pero también tiene momentos desmoralizantes de tiempos muertos al sol (el que pase un solo coche en media hora y que ni siquiera pare...).  Aún así nos ha merecido la pena dedicarle estos dos días al autostop, viajando al aire libre con paisajes de 180°, conociendo un poco la hospitalidad de la gente más humilde, y teniendo muchos momentos de reflexión personal. Recomendable sin lugar a dudas, y una buena forma de despedirnos de Laos.

domingo, 12 de julio de 2015

Muong bonito el Norte

El trayecto desde Luang Prabang a Nong Khiaw nos estaba regalando magníficos paisajes del norte de Laos, pero al llegar a muestro destino nos maravillamos con los paisajes montañosos envuelven a esta pequeña aldea, todavía no explotada por el turismo tanto como Vang Vieng. Una zona muy tranquila, en la que si te quedas quieto, nos escuchas más que el zumbido de las cigarras, algún que otro pájaro y el incesante fluir del agua, bien del río, bien de los arrozales. Además el alojamiento ha resultado ser lo más barato que hemos encontrado en Laos, y de buena calidad.



Salimos a comer y en nuestro paseo por la ciudad nos encontramos con unas carpas llenas de mesas que cortaban la calle. Un puñao de laosianos algo ebrios, música en directo y un poco de baile completaban la estampa. Sólo hacen falta 5 segundos mirando la escena para que unas mujeres nos ofrezcan unas Beer Lao, y unos hombres nos inviten a sentarnos. Charlamos un poco con ellos, y resultó ser una fiesta de apertura de una casa (aquí se lo montan por todo lo grande). No es la primera vez que vemos  algo parecido, y no sabíamos cuál era la razón hasta ahora. Mientras hablamos con ellos se acerca mucha gente, asombrados por nuestras barbas y para practicar un poco su inglés. Es difícil terminar el vaso de cerveza porque enseguida te lo rellenan (eso sí, con hielo, que es como se toma aquí). Menos mal que entre los hombres se encontraba un joven maestro, muy agradable y con buen inglés, que nos iba explicando un poco las cosas, y hacía las veces de traductor. Tras una hora y media de compañía y algún que otro baile, nos despedimos.



Tras ello, nos vamos a dar un paseo hasta la cueva de Tham Pha Tok, a un par de kilómetros, y de vuelta Nong Khiaw nos regala un atardecer impresionante desde el puente que cruza el río Nam Ou. Cenamos por los alrededores del hostal, y a descansar en la mejor cama que hemos encontrado (que nos perdone Vang Vieng).



A la mañana siguiente cogemos un barco hacia la aldea de Muong Ngoy Neua, una hora y media, río arriba, hacia el norte. Por el camino nos deslumbran más paisajes, y estampas cotidianas de los pueblos a orillas del Nam Ou. Al llegar un hombre nos asalta en el muelle, ofreciéndonos habitación en su Guest House: un bungalow con vistas (y una cama de sobra, quien quiera que se anime) por menos de 2€. Aquí el ritmo de vida no tiene nada que ver con las ciudades que habíamos visitado de Laos: o te dedicas al sector de hostelería, o te dedicas a la agricultura y ganadería.



Una vez allí, y tras una buena comida, nos calzamos las zapatillas y ¡a caminar! Vamos siguiendo la carretera (así lo llaman, pero es un camino de tierra), hasta un poblado llamado Ban Na, con parada en la cueva de Tham Kang (lo siento, mamá Maite, pero esta vez me he sentido explorador y me he metido hasta el fondo). Ban Na ha resultado ser un puñado de casas de mimbre, a ambos lados del camino, llena de vida, que recuerda vagamente a algún poblado del sur de Camerún.



A la vuelta el calor acecha y el agua escasea, así que paramos a coger unos plátanos y una papaya, que resultan estar muy inmaduros y no pueden ni comerse. Así que los guardamos a esperas de que amarillen un poco. Llegamos a nuestro bungalow y nos tumbamos en la hamaca a contemplar el atardecer.



Cenita rica a orillas del río, y a descansar que mañana nos tica vivir una buena aventura. Pero eso lo contaremos más adelante.

sábado, 11 de julio de 2015

Free bananas!

Aunque con una hora de retraso, cogemos nuestro sleeper bus destino Luang Prabang. No nos piden billete, las camas son estilo laosiano (es decir, de metro y medio), aquello parece el polo norte y para colmo han vendido mas pasajes que camas, y hay gente que tiene que compartir. Pero bueno, podemos echar unas cabezaditas hasta que, a las 3 de la mañana (sí, ¡a las 3!) llegamos a Luang Prabang. Un trayecto que se suponía íbamos a llegar a las 5 (más retrasos) encontró un vórtice espaciotemporal. Así que nos vemos obligados a hacer un poco de tiempo hasta que amanezca, para ir caminando hacia el centro.



Una vez allí aprovechamos para ver la ceremonia de ofrendas a los monjes a las 5:30 de la mañana. Un ritual en el que los devotos ofrecen comida a todos los monjes que desfilan, descalzos, por las calles alrededor de todos los templos de la ciudad. A pesar de ser un importante reclamo turístico, ellos lo siguen viviendo con sencillez y humildad, e irradia mucha serenidad.

Tras esto, vamos en busca de un colchón donde caer rendidos. En esta ocasión nos alojamos en una Guest House que nos ofrece free lao tea, free water and ¡free bananas!, lo cual estamos aprovechando bastante. Nos echamos una cabezadita de un par de horas y después charlamos con el dueño, el agradable Somphone, quien nos enseña un álbum de fotos de sus huéspedes desde hace más de 10 años. ¡Y a visitar la ciudad!

Luang Prabang es la cuarta ciudad más poblada de Laos (pero la segunda en importancia tras Vientiane). El buen estado de los templos, su calidad y cantidad, la limpieza de sus calles y la financiación de otros paises (es patrimonio de la UNESCO), proporcionan un ambiente agradable y tranquilo para el turista. Visitamos la inmensa mayoria de los templos, quedándonos con el monumental Wal Xieng Thong y el íntimo Wat Choumkhong. Parada para degustar comida laosiana y parada técnica en la Guest House debido al asfixiante calor, para refrescarnos y descansar un poco. Más tarde salimos para seguir visitando la ciudad y ver el espectacular atardecer, con la ciudad a nuestros pies, desde lo alto del Wat Phusi. Para cenar tomamos una rica barbacoa lao style; vamos, lo que vieme siendo un "Juan Palomo", te dan la carne, caldo de sopa y verduras varias, y te ponen unas brasas en el centro de la mesa para que lo hagas a tu gusto. Mucho calor y sudor, pero una delicia.



A la mañana siguiente un par de bananas free (and lao tea) y a las cascadas Khuang Si. Vamos una furgoneta que a mitad de camino se estropea y tenemos que salir a empujarla cuesta abajo para que arranque. Una vez allí entramos al parque, subimos hasta la cima y vamos  disfrutando de los distintos niveles de las cascada. Además nos encontramos a nuestras francesas de Vang Vieng (otra vez, porque el día anterior nos las habíamos cruzado en el Wat Xieng Thong, y que probablemente nos volveremos a encontrar, pues llevan una hoja de ruta similar a la nuestra ;). Allí nos pudimos dar unos buenos chapuzones en el agua turquesa, acordándonos del cumpleaños de nuestra superamiga Cris (¡te queremos!), y a media tarde ya estábamos de vuelta en la Guest House. 



Por la tarde salimos a visitar el mercado nocturno, hecho por y para el turista, y nos encontramos con nuestras amigas catalanas (también conocidas de Vang Vieng). No sabemos ni sus nombres, pero compartimos un rato muy agradable charlando con ellas, y no nos animamos a cenar y a unas Beer Lao, porque habíamos hablado con Somphone para una cena casera en la Guest House. Nos despedimos del Mekong (esta vez sí que sí, hasta dentro de un mes), y a descansar.

Nuevo día, nueva aventura. Nos despertamos a las 7 para nuestro último desayuno de free bananas, esta vez acompañadas de un lao coffee y de una agradable conversación con Somphone. Nos cuenta cosas de Laos, nos pregunta otras sobre "Sepain", y le damos un par de fotos de carnet nuestras para su colección de huéspedes. 


¡Hasta la vista Luang Prabang! 

miércoles, 8 de julio de 2015

Bienvenido monzón

Último despertar en Vientiane, y a meternos en una furgoneta 3 horillas camino a Vang Vieng. Nos toca en los asientos delanteros, así que tenemos barra libre de aire acondicionado y un escaparate a las espectaculares vistas montañosas, cubiertas de frondoso verde mires donde mires. 

Llegamos a muestro destino antes de lo previsto, por lo que a medio día ya estábamos instalados en la Guest House. En esta ocasión dormiríamos en un bungalow con vistas privilegiadas al paisaje kárstico que tanto caracteriza a Vang Vieng.El hostal está llevado por un occidental, y la que suponemos es su mujer laosiana,  y ofrecen también un restaurante con una comida casera deliciosa, todo ello fuera del ambiente turístico y ruidoso del centro.




Por la tarde dimos un paseo por el río Nam Song (con baño incluído) y visitamos una cueva, que para llegar a ella había que recorrer un laberinto de arrozales. El día termina con una puesta de Sol idílica, otra rica cena a cargo del hostal y a reponer energías para el día siguiente. Durante la noche nos despierta el ruido del agua chocando contra el tejado: ha llegado el monzón. Menos mal que por la mañana dío un poco de tregua.



Nuestro segundo día comienza con un fuerte desayuno a base de tortitas, y sucumbimos al turisteo de una excursión organizada de todo el día. Un tuk-tuk nos lleva hacia el norte de Vang Vieng, donde visitamos la Water Cave de una manera muy peculiar: encima de un flotador y guiados por cuerdas a través de la cueva. Fue una experiencia muy divertida. Tras ello, la comida más temprana de todo el viaje (¡si son sólo las 11, a esa hora en verano, en España, casi ni hemos desayunado!), rodeados de koreanos, que más tarde, y con más confianza, se animarían a hacerse fotos con nosotros.

Por la "tarde", nos montan en otro tuk-tuk y nos acercan al río donde nos montamos en kayak para descender 8-9 km hasta la ciudad, con parada en un bar a medio camino para tumbarse en hamacas y tomarse unas Beer Lao. Las vistas desde el río son inmejorables, y siempre hay hueco para la diversión, echándonos un poco de agua con los koreanos.




A media tarde termina el tour, y damos un paseo por la ciudad mientras veíamos como unas nubes grises iban cubriendo el cielo. Y, efectivamente, nos pilla la tormenta. A tan sólo 300 metros de la Guest House, nos calamos y vemos obligados a regugiarnos en un soportal con otros locales. Esperamos un poco a que amaine, y recorremos el camino que nos queda, que casi podíamos haberlo hecho en kayak.




El resto de la tarde la pasamos refugiados en el bungalow, organizando un poco la semana que viene (¡menudo caos tenemos en la cabeza!). 



Nuestro último día aquí lo pasamos a orillas del río, con vistas inigualables. Después recogemos las mochilas y pasamos la tarde viendo capítulos de Friends, típico de los bares del centro de Vang Vieng. Por la noche nos espera un sleeper bus hacia la próxima aventura: Luang Prabang nos espera.

martes, 7 de julio de 2015

Vientiane, ¡qué bonita eres!

Como os habíamos adelantado, nos encontramos en la capital de Laos. Hay mucho debate amor-odio  acerca de esta ciudad. Nosotros somos de los primeros.

Después de que Mr. Vienchang nos acercara al centro de la ciudad, eligimos un hostal que acababa de abrir sus puertas esa misma semana. Todo era muy nuevo (ni siquiera habían quitado la funda del colchón) y a pesar de que no tuviera ventanas, teníamos aire acondicionado y desayuno. Asi que ¡Cómo dioses dormimos el primer día!

A la mañana siguiente mientrás desayunabamos, se nos unieron Andy y su mujer. Una pareja británica de unos 40 años que llevaban recorriendo mundo desde hace 7 meses. La historia de Andy es digna de mención y él mismo no tiene reparo en contártela. Desde los 16 años sin parar de trabajar hasta que llegó la crisis y le despidieron. Fue en ese momento cuando se replanteo su modo de vida y terminó por echarse la mochila al hombro junto con su pareja. Tenía previsto ahora irse dos meses (por lo menos) al sur de Tailandia a trabajar como monitor de buceo. Era muy interesante escucharle y además contamos con algunos consejos suyos para nuestras siguientes etapas.



Tras el desayuno, a patearnos la ciudad. Primera parada, el Patuxai, lo que ellos "humildemente" comparan con el Arco del Triunfo francés. Subimos a lo alto para contemplar sus "campos elíseos" que acaban en el Palacio Presidencial de la capital. En este último se mezclan el estilo francés con techos orientales. Enfrente, el Wat Si Saket, templo más antiguo de Vientiane con cientos de estatuillas de Buda y unos frescos que debido a la húmedad se han visto deteriorados, por lo que está en periodo de restauración. 


Parada para comer con descansito en una explanada a orillas del Mekong y peregrinación a un templo dwl extrarradio en el que habíamos leído que los sábados daban clases de meditación. Así que ahí que nos fuimos. La clase comenzó con una charla entre los monjes budistas y los asistentes a la clase, para luego recibir las nociones básicas de la meditación sentado y caminando. Fue una experiencia muy reconfortante que recomendamos a todo aquel que se encuentre algún sábado por Vientiane (y a los que no, también).

De vuelta al nuevo hostal (si, el lujo del aire acondicionado solo duro una noche), ducha, paseo por el mercado nocturno y cena en condiciones a orillas del río. No sabemos si fue que era fin de semana pero el paseo de la ribera estaba muy animado y los restaurantes repletos de gente. El paseo a pesar de la multitud estaba muy agradable.



Al día siguiente cogimos un par de bicis y a recorrernos un poco más de la ciudad. En esta ocasión acabamos en el Pha That Luang, una gran stupa dorada, monumento más importante de Laos y visita obligada en esta ciudad. Un par de templos más y debido al calor asfixiante, terminamos dándonos unos remojones (la temperatura del agua bien podría ser la de un spa) en la piscina municipal de la capital.



Al atardecer, nos despedimos del omnipresente Mekong hasta dentro de unos pocos díad y última cena acompañada de batidos de fruta. ¡Menuda gozada!


Nos pareció una ciudad sencilla y tranquila aunque el aumento del turismo pueda llevar a asemejarla a su vecina Bangkok en un futuro. Es una ciudad que refleja muy bien la vida laosiana en el que lo tradicional lucha por mantenerse frente a la constante evolución. Esperamos volver algún día y que siga manteniendo su espíritu.

domingo, 5 de julio de 2015

¡Ojú qué caló!

Y para los que pensasen que no habíamos sobrevivido al autobús descrito Pakse-Thakhek, aquí estamos de nuevo. Ya incluso en Vientiane, pero eso es una historia que dejaremos para más adelante.

La última vez nos despedimos contándoos cómo llegamos al hostal en el autostop del señor bonachón. Nos instalamos, y a patear la ciudad en busca de algún sitio de alquiler de bicicletas para el día siguiente, lo cual nos cuesta algo más de lo esperado, pero tras ir calle arriba, calle abajo, las emcontramos. Así nos despedimos del día con otra merecida cena con Beer Lao, y a por el día siguiente. 

La aventura en bicicleta comienza saliendo de la ciudad, y cogiendo la carretera 12 para tres kilómetros después girar hacia un camino de tierra. El calor empieza a ser inhumano, pero los paisajes merecen la pena: tierras de arrozales, repletas de árboles entre ellas, y al fondo, mires donde mires, montañas escarpadas cubiertas de verde. Tras otros tantos kiletros, con paraditas para hidratarse, llegamos a la Cueva de los Budas, de la cual nos esperábamos algo más y nos dejo un regusto amargo (tal vez después de la peregrinación creíamos merecernos algo más). Pero bueno, los paisajes lo merecen, ¡pero qué verde!


La vuelta fue dura, MUY dura. Y eso que a mitad del camino paramos para refrescarnos en un riachuelo que nos revivió un poco. Pero conseguimos llegar de vuelta a Thakhek, donde nos duchamos y repusimos todo el líquido perdido (porque sudamos como pollos y nos quemamos como tomates). Y después de la hipomatremia que nos causó tanto líquido (perdonad la frikada mídica) nos fuimos a degustar la que es sin duda la mejor comida hasta el momento, a pesar de que fuera bastante carilla.


A la mañana siguiente madrugamos, y mientras hacíamos autostop para ir a la estación, un hombre que nos había preguntado previamente a dónde íbamos, aparece con su tuk-tuk y se ofrece a llevarnos gratuitamente (otro "such a good man"). El autobús a Vientiane (por el mismo precio que el anterior), resulta tener aire acondicionado, va al doble de velocidad, y a pesar de que la decoración parece la del baño de un restaurante chino, los asientos son cómodos y espaciosos.

Una vez llegamos a la estación de la capital de Laos, a 9 km del centro de la ciudad, ¿qué íbamos a hacer? Efectivamente, más autostop. Esta vez nos recoge el director de una pequeña agencia de turismo, con inglés exquisito y dos móviles del trabajo que no dejan de sonar, que nos deja cerca de la zona de hostales y nos ofrece precio de amigo en nuestra próxima etapa del viaje. 


Y ahora tres días en Vientiane, haciéndonos ya con el país.


jueves, 2 de julio de 2015

Nos reímos nosotros de Pekín Express

Nos despedimos de Pakse el martes, sin mucho madrugar, camino del mercado para pelear por un asiento en un sorngtaaou (quien sepa pronunciarlo que nos mande una nota de voz). Tras media hora regateando por un precio asequible, nos momtamos en uno que está a punto de partir dirección Ban Saphai.



Allí cogemos un motorboat que nos cruza el Mekong hacia la isla de Don Kho. Nada más llegar ya teníamos al encargado de la oficina de turismo ofreciéndonos un homestay, así que rumbo a la casa 10, donde nos encontramos a la familia con la que vamos a compartir el día de hoy. En la casa viven 6 personas: los padres y cuatro hijos, de los cuales sólo nos podíamos comunicar en inglés con el mayor. Después de instalarnos damos una vuelta por la isla, una isla pequeña de apenas 420 habitantes, que viven a base de la agricultura, la pesca, los telares de seda y el transporte en motorboat. De vuelta en la casa comemos algo casero, y el primo de la familia nos ofrece una clase de lao a orillas del Mekong, de la que sólo sacamos en claro los números y el "¿cómo te llamas?". Descifrar cualquiera de sus 26 letras del alfabeto es todo um reto. La clase termina con un chapuzón en el río y una visita por el templo de la isla.



Por la tarde, nos tiramos en la terraza e intercambios fotos con el hijo mayor, quien resulta ser un nadador profesional y aprovecha también para enseñarnos sus medallas. Tras esto nos invita a jugar una pachanga de fútbol, por supuesto, sin zapatillas, en los arrozales secos de detrás de las casas, con otros chavales de la isla. Unas porterías recién construidas con bambú, y un atardecer que tiñe de naranja los campos, con decenas de libélulas sobrevolándolos, que no se nos va a olvidar fácilmente, completan el ambiente del partido.

Al anochecer una ducha Lao-style (vamos, a cazos) y una deliciosa cena en familia. La noche termina con todos alrededor de la televisión viendo la telenovela laosiana de moda (menudo culebrón y menudas hostias), y a dormir al aire libre en el porche de la casa.

Ha sido un día cargado de experiencias nuevas que nos ayudan a comprender un poco mejor la cultura laosiana y que esperamos que nos sirvan para estas próximas semanas que nos quedan en el país, y para el resto de nuestras vidas.

A la mañana siguiente, más aventuras. Un café aún con el Sol saliendo, vuelta a cruzar el Mekong a Ban Saphai y debido a la dificultad de comunicación con el conductor del único sorngtaaou que allí había, decidimos hacer autostop para llegar ala estación de autobuses. La verdad que nos ha sorprendido lo fácil que ha resultado en un país donde el transporte es tan problemático (¿la suerte del principiante?). El simpático laosiano, que tampoco entendía una palabra de inglés, nos deja en la estación Norte de autobuses donde, justo en el momento en que se estaba yendo, cogemos el autobús local a Thakek, en el que 8 horas después aún seguimos metidos.


El autobús cuenta con 4 ventiladores de los cuales sólo uno funciona, por lo que las ventanas van abiertas de par en par (así como la misma puerta de entrada), lo que crea unas corrientes de aire que mueven los visillos con estampado hortera. Para colmo nos acompañan unos 500 kg de lechuga en la parte de atrás y unos pollitos que no hacen más que piar. Cada media hora para en un lado de la carretera, tiempo durante el cual suben muchas mujeres vendiendo comida y bebida que recuerda mucho a los trenes de la India.



Esperamos llegar pronto a nuestro destino para poder estirar las piernas y haceros llegar estas líneas.

P.D.: En la estación de Thakhaek nos ha recogido otro hombre bonachón (este sí chapurreaba inglés e incluso francés), que nos ha llevado hasta la mismísima puerta del hostal que le hemos dicho. ¡Esto ya va tomando otro color!